Leyendo
la obra “Las Reglas del Viento”, parte de una magnífica trilogía sobre la
Armada Española, en la introducción los autores manifiestan que “De estos dos
sucesos fascinantes de nuestra historia y de los hombres y los barcos que los
protagonizaron trata esta obra, con la esperanza de que el esfuerzo, tesón,
valor y dignidad con el que nuestros antepasados actuaron en esas jornadas
decisivas para su nación no caigan jamás en el olvido”. ¿Olvido? Hace algunos
años ya, Bismarck se sorprendía de la fortaleza de la nación española, porque
no podía entender como se mantenía en pie con tantos españoles empeñados en
destruirla. La razón es sencilla, entre tanto gobierno miserable, traidor y
corrupto, entre tanto pisaverde y borrego, entre tanto blandengue apolillado, entre políticos que mienten al ciudadano si
fuera menester, ante el mismísimo Todopoderoso, entre tanto bobo, golfo y
enajenado, entre gobernantes cobardes, obtusos o chorizos, en definitiva, entre
tanta gentuza que pisa, pasa y muere en esta vieja y doliente piel de toro
desde el origen de la sufrida Hispania, siempre hubo quien destacó, quien más
allá de su deber, con la única fuerza de su honra, de su dignidad, diga no, que
la libertad ni se pierde, ni el honor se vende. Justo es decir que estos compatriotas
suelen terminar defenestrados, vilipendiados y olvidados, que por estos lares, la
envidia de los mediocres es capaz de eclipsar la luz más fuerte.-
En
este blog, que a veces arranca y otras se cala durante largos periodos de
tiempo, como corresponde ya a quien los años van ganando la apuesta de la vida,
hoy quiero recordar a Blas de Lezo, el que por vascón y español fue doblemente
español, como dijo después Unamuno de todos los vascos; el que si hubiera
tenido la fortuna de nacer en otros páramos, gozaría del reconocimiento de la Nación,
con su nombre inscrito en plazas y calles, con su rostro en estatuas y su
recuerdo de ejemplo. Pero en esta patria, en la que abunda el miserable y el mendaz, se le esconde de tal manera, que hasta
grandes y magníficos hispanistas anglosajones, pueden pasar de puntillas por su
gesta; además de miserables no querremos ser tan hipócritas para pretender que
el enemigo loe lo que el de la tierra esconde. No, corrijo, en un país indigno,
en el que la mentira está desbocada, en el que la pasta la cargan a carretillas
mientras la ciudadanía mira el bodrio rosa televisivo de turno, o compra con
ansia el libro de la famosilla que en cada momento toque, todo y más es
posible.-
Frisaba
nuestro personaje edad madura, tuerto, manco y cojo, el llamado medio hombre, que nunca se podrá decir
mejor que alguien dejara la piel a jirones en defensa de la patria. Una vida al
servicio de una marina española que como ave fénix destrozada en sus cenizas
vuelve a nacer para que el siguiente gobernante indigno pueda disfrutar con la
sangre derramada y las naos perdidas. Nuestro héroe, el casi olvidado, tiene a
su cargo la defensa de Cartagena de Indias, ciudad española de las provincias
de ultramar, y llave de todo el imperio español de las Américas. En España
reina el primer Borbón, con luces y sombras, quien además de las conductas
provocadas por su trastorno bipolar, el mayor reproche que debe hacerse es su
empeño en restaurar las posesiones italianas y mediterráneas, derrochando
hombres y dineros, en vez de reforzar las provincias de ultramar y completar
las reformas que el país necesitaba, omisión esta última que se arrastran de
generación y generación y causan muchos de los lodos que nos ahogan.-
Los
ingleses, que más que su habilidad con los barcos, que justo es decirlo, algo
tienen aunque bien exagerada por ellos mismos y voceada hasta la saciedad por
los necios de siempre, tienen la virtud de saber aprovecharse de miserias
ajenas, de bajíos históricos, de épocas grises, que para ellos el honor
consiste en trincar y saquear, que el
resto son zarandajas de Quijotes. Así que lo de siempre, el viejo y conocido
enemigo, después de un aprovechado repaso por diversas ciudades españolas de
ultramar, decide visitar Cartagena de Indias; 23.000 soldados, 180 navíos, la
mayor flota de la historia hasta el desembarco de Normandía. Enfrente el Medio
Hombre, 6 barcos y 2.800 hombres, héroes peninsulares y ultramarinos,
antepasados de los españoles y colombianos de hoy en día. Pero Medio Hombre no
sólo tiene 6 barcos y un puñado de soldados, tiene gallardía, tiene dignidad,
honor y agallones. Si cae Cartagena, cae toda América, y nuestro marino no lo
va a permitir.-
El
Doble Hombre no se enfrenta sólo con los piratas de siempre, que en España cuando
los problemas se agolpan siempre hay un traidor, un miserable y un cobarde que
hacen más difícil las cosas. Siempre está el que refugiándose en sus mentiras,
embauca a los necios, engaña a los listos y destroza lo que con sangre y
esfuerzo fue creado por otros. Porque la vileza nace de dentro, y cuando el
hado tuerce las cosas, florece la mendacidad y la miseria de unos, mientras
crece la indiferencia de otros. A fin de cuentas si los justos se callan, dejan
de serlo, para mutarse en víctimas y cómplices de los golfos.-
No
les voy a relatar el episodio. Los barcos hundidos, los muertos, el sacrificio
y el miedo. No les quiero aburrir con las cargas a la bayoneta desesperadas, no
les voy a cansar con las noches en vela, los muertos sin enterrar, el mar
enrojecido. En el fondo, ni Cartagena se rinde ni España se doblega.-
Y
cuando sobra valor, se derrocha hombría, la ciudad resiste, el invasor huye, y,
lamentablemente, los mezquinos se apropian de las obras del héroe. Once mil
muertos dejaron los agresores, huyeron avergonzados, y hasta su Rey ordenó que
jamás se mencionara esta derrota. ¿Y aquí?; pues en este momento Blas de Lezo,
herido y enfermo fallece. ¿Infección de las heridas? ¿Quizás el tifus?. Herido
en batalla, enfermo de las privaciones, asqueado de los indignos, en resumen, muerto
en la defensa de Cartagena. Pero la ruindad tiene que apurar el vaso. Muere
vilipendiado, odiado por los miserables; su entierro en soledad, en un día gris
de lluvia. El Cielo para las gotas, y tres truenos hacen las salvas de honor,
que cuando la miseria de los que viven es tan patente, para un justo bastan las
salvas del otro lado.-
Muerto
ya, el primer Borbón dicta la orden de regreso a la Península para su proceso.
A veces, sólo a veces, la Dama del Alba es compasiva y salva las felonías de
los vivos. ¿Y ahora? Pues su tumba olvidada y su recuerdo perdido.-