lunes, 23 de noviembre de 2009

POLITICA ECONOMICA. II PARTE




Por Juanjo Asenjo

Se oye, se comenta, se dice, que el gasto público es el lastre que vamos a acarrear los próximos años; pero al igual que todas las noticias periodísticas, que tienen que vivir intentando atender múltiples frentes informativos, recibimos una visión cierta pero incompleta de qué es el gasto público y su perversión o bondad.-

Es cierto que el gasto público se paga con el dinero de los ciudadanos, y que un exceso de gasto hipoteca a las generaciones futuras con un fardo pesado; pero transmitir a los ciudadanos que el gasto público es malo per se, es una idea que han intentado a extender los promotores de un sistema económico que está en crisis. Porque esas mismas voces que clamaban contra la intervención del Estado en la economía, considerándola el peor de los males posibles, ahora sollozan pidiendo ayudas, subvenciones e intervención pública, y eso también es gasto público. Está visto que movemos el péndulo de un lado a otro sin pudor ni recato.-

Vamos por partes. El gasto público forma una parte indivisible con la idea de la agrupación humana; desde el mismo momento en que varias personas conviven en un espacio reducido, se hace necesario aportar fondos para garantizar unos mejores niveles de vida. La afirmación es obvia, creo, para todos. Y según las sociedades humanas van siendo más complejas, los recursos destinados a la Comunidad se van incrementando.-

Pero el verdadero problema surge cuando se da la alienación del ciudadano, esto es, la separación absoluta entre los fondos que aporta y el uso de los mismos (los presentes o los futuros), olvidándose el gestor que los recursos que maneja son de un grupo de ciudadanos e ignorando el objeto de los mismos. Y es aquí donde radica el problema básico del gasto público; los gobiernos no tienen un derecho natural a recaudar, no es un don divino otorgado, ni es un derecho absoluto e indiscutible. La base del gasto público es el retorno a los ciudadanos de bienes o servicios que les van a permitir mejorar sus condiciones de vida. No hay otro y no debe aplicarse otro distinto.-

Así pues, los ciudadanos aportan fondos para que el Estado les retorne bienes o servicios que les permita mejorar su sistema de vida; así, el gasto en defensa da a los ciudadanos seguridad frente a enemigos exteriores, el gasto en sanidad genera mayor expectativa de vida, el gasto en carreteras devuelve a los ciudadanos mejores y más seguras vías de comunicación, el gasto en la administración permite una mejor aplicación de recursos, o el gasto en pensiones garantiza una vejez más segura después de una vida de trabajo. De igual manera, una empresa pública puede aportar a los ciudadanos unos servicios que en manos privadas podrían ser excesivamente caros, o que no se les garantizara un suministro mínimo. Y este gasto público no impide la actuación privada, sino que es paliativa de la acción de los ciudadanos en sus relaciones.-

El problema real del gasto público es su volumen (es decir, si hay o habrá suficientes recursos para pagarlo), su destino (si ese gasto público retorna al ciudadano de alguna forma, y me refiero a la ciudadanía, no al ciudadano espabilado que se llena sus bolsillos con el dinero de sus compatriotas), así como si se ha realizado de una forma eficaz y a un destino que cumpla esas finalidades).-

Con independencia de la capacidad de gestión de este gobierno (muy pequeña, por lo demás), en España nos hemos acostumbrado a ver un desfile político dedicado a malgastar recursos en alimentar un gigantesco pesebre político en el que cada vez entraban más a devorar. La marabunta política, en forma de Autonomías, Ayuntamientos mastodónticos, prerrogativas políticas, y contratas millonarias, ha arrasado nuestras reservas y nos deja un desierto que atravesar sin víveres, sin vestidos y sin esperanza, y esto no es sólo labor del gobierno actual (quizás el peor de toda la historia de España, en disputa con el período Godoy-Fernando VII), sino de todos los gobiernos que en la democracia hemos tenido desde Felipe González (y dejo de lado al de Adolfo Suarez porque bastante tenía con afrontar la transición).-

De esta manera, la bondad del gasto público en la España en crisis (económica, moral, política) va unida a la cantidad de recursos que se pueden destinar sin comprometer la acción de gobiernos futuros (y por supuesto, la capacidad de los españoles de devolver esos importes), a que su destino retorne a la ciudadanía en forma de mayor seguridad, mejores infraestructuras o mejores servicios, y a que su uso sea el más eficaz para salir de la crisis.-

Lamentablemente, hoy por hoy, el destino del gasto público se caracteriza por no cubrir estas expectativas. Ejemplos como el Plan E, la creación de ministerios sin contenido real, el cheque bebé o la devolución de los 400 euros en el IRPF no cumplen ninguno de estos requisitos. Otras medidas, más dudosas (vg. incremento de subvenciones por desempleo) cumplen alguno de los requisitos pero no todos (no es una medida eficaz para remontar la crisis, ni siquiera paliativa por su duración). Pero en todos ellos se ha sustituido su utilidad por su populismo, por la capacidad de venta a una sociedad desarmada frente a las ocurrencias políticas, en resumen, el tirar de cheque fácil y ya se verá como se paga, que, a fin de cuentas, es pólvora del Rey y el papel lo aguanta todo…

lunes, 16 de noviembre de 2009

DE RATONES Y PIRATAS


Los piratas han vuelto a los mares. Piratería con lanzacohetes y ametralladoras, pero piratas a la postre. De la imagen bucólica del pirata de las novelas del Corsario Negro que leía en mi juventud a los piratas que asaltan pesqueros, hay un universo de diferencias, e ignoro si en el futuro algún escritor africano escribirá loas a las actividades corsarias que vemos hoy en día, como luchadores frente a la opresión económica occidental, y tampoco sé si ese pensamiento está ya en la mente de algunos dirigentes occidentales.-

La tendencia a justificar cualquier acción que se pueda cometer en nombre de una lucha por una causa con un cierto tufo de legitimación tiene una fácil acogida en la sociedad occidental, capaz de desayunar un sapo cada día con tal de no tener que enfrentarse a la realidad que nos rodea. Somos una sociedad enferma que es incapaz de afrontar los riesgos que supone la defensa de nuestra libertad.-

El mar es el símbolo de la libertad de comunicación, de comercio, de enlace entre pueblos. La libertad de navegación mantiene nuestra civilización, y, aunque somos un país rodeado por mares, vivimos de espalda al mismo.-

Cuando se estudiaba historia, nos enseñaban que la caída del Imperio Romano se produjo por la irrupción de los bárbaros, que arrasando a sangre y fuego los logros de la civilización romana (más bien grecorromana), nos metieron de cabeza en la oscuridad de la Edad Media; pero esto que nos enseñaban era una verdad a medias. La invasión de los bárbaros (excluyendo las correrías de Atila) supuso el desplome del Imperio Romano, pero no la caída de la civilización romana; se sustituyó un Imperio por una amalgama de reinos, pero el sistema de vida continuó siendo romano, la cultura, la justicia, el comercio. La verdadera destrucción del Imperio Cultural Romano, y la entrada en la Edad Media se debe a la expansión del Islam, que no se limitó a destrozar reinos, sino que tuvo como objetivo la sustitución de una civilización (la grecorromana) por otra (la musulmana), y para ello, además de las conquistas del Norte de África y España, se dedicó con ahínco (y lo consiguió) cerrar el Mare Nostrum, eliminar el comercio y arrasar las ciudades costeras. Las oleadas nórdicas completaron lo poco que quedaba del comercio romano.-

No pretendo decir que la actuación de los piratas en Somalia pongan en riesgo nuestra civilización; ni tienen medios ni interés. Pero la actitud de los ciudadanos es simplista, y más propia de un programa del corazón que de un grave riesgo para la libre circulación en los mares. Únase esta mentalidad a la existencia de buques con pabellones de conveniencia (básicamente de paraísos fiscales), o que portan banderas autonómicas sin valor internacional alguno, y a un gobierno sin ideas y sin proyección internacional alguna (más allá del mero “buenismo” con determinados regímenes) y ya tenemos armado el belén sin que estemos en diciembre.-

La existencia de la piratería es de una gravedad extrema; la libertad de los mares es fundamental, y desde que occidente consiguió librarse de la piratería islámica ha sido uno de los pilares de las armadas occidentales. No se suele alabar las actuaciones españolas en la historia, pero la intensa lucha contra la piratería iniciada en la Reconquista, pasando por la batalla de Lepanto, y los combates posteriores, no sólo redujeron la presión que los países centroeuropeos sufrían del Imperio Turco, sino que, sustituyendo a la armada bizantina, permitieron garantizar (con mayor o menor fortuna) la libertad de comercio que dio paso al progreso económico y cultural tras el siglo XV.-

Y las medidas a tomar no son distintas de las que se tomaron en nuestro pasado. Y esas medidas son militares, punitivas; destrozar las bases piratas, apresar a los mismos, buscar sus fuentes de financiación, hundir sus embarcaciones. No hay otra medida ni otra solución; claro, que eso implica sacar a los ciudadanos de su estado de éxtasis consumista liberal y enfrentarles con el espejo de un mundo turbulento y peligroso, en donde puede ser necesario defender con uñas y dientes esa libertad de la que estamos tan orgullosos. Y sí, ello implica guerra en el mar, uso de la flota, desembarcos, operaciones especiales, y también una reflexión seria sobre el mundo en el que vivimos las medidas efectivas que pueden tomarse para paliar los desequilibrios en el planeta-

¿Negociar ahora?; sinceramente, ahora mismo lo primero será traer a nuestros compatriotas a casa (negociando o asaltando el barco), pero mi pregunta es: El día después ¿qué va a hacer nuestro gobierno?. Me temo que su inactividad será la causa de futuros llantos.-