Hace unos días terminé el libro Hispania, Spania, el nacimiento de España de
Santiago Cantera y recogía un párrafo de una
obra anónima del año 633 que me permito compartir con ustedes; la cita
decía “No otra cosa supone la afirmación tan clara que realiza: `Leovigildo,
que no favorecía, sino perjudicaba y más bien perdía que gobernaba España´.
Como me he hecho la solemne intención de no hablar de política, o al menos de
hablar poco, me abstendré de recomendar el libro al actual Presidente del
Gobierno, dado que le podría quitar de las que él dice que son sus lecturas
favoritas, a saber, los periódicos deportivos, aunque me rumio que le vendría
bien ya que la cita le viene como anillo al dedo; tampoco al recordado anterior
Presidente, suponiendo que no sea el actual encarnado, al estilo de la invasión
de los ultracuerpos, recordado obviamente por ser el origen de este desastre en
el que nos encontramos; tampoco a los nacionalistos patrios, que están muy
ocupados en pulirse los dineros para dejarnos sin blanca y, ya puestos,
inventarse una historia a la medida de sus intereses; y sinceramente tampoco
tengo ánimos para algunos que cada vez que oyen la palabra España, en donde
viven, de la que viven y a la que pertenecen, les entra una especie de
erisipela autoinmune o un cortocircuito neuronal propio del que no sabe ni
quien es, ni de dónde viene ni adónde va.
No,
hoy no, o, al menos, aún no. A mí, que me gusta España, que siento orgullo de
su historia, que tengo que asumir sus errores, aprender de ellos, y llevar alto
el pendón de sus aciertos, que fueron muchos, me sorprende que personas y
grupos que parecen odiar su país, su nación, fenómeno más propio de estudio
psiquiátrico que sociológico, utilizan episodios de nuestra historia, los
manipulan, los reinventan y los sueltan… Y oiga, que se quedan tan panchos
después de crear una barahúnda y dejar a los parroquianos boquiabiertos y
patidifusos. Y si les cuento esto fue porque escuche a uno de estos
embelecadores que convertían el movimiento comunero en una especie de
movimiento “presocialista” o algo así. Sinceramente siempre me ha atraído el
movimiento comunero, quizás porque lo considero uno de los puntos decisivos en
la historia de España y que nos sigue condicionando hasta nuestros días.
Cuando
Hispania, nuestra España, se vino abajo por la invasión musulmana, a sangre y
fuego, y nuestros ancestros se vieron sometidos a un sistema que se mantenía,
entre muchas cosas, de aceifa en aceifa para mantener el mayor mercado de esclavos
de Europa, un sistema que no tenía reparos en dejar una iglesia visigótica a
ras para edificar sobre ella una mezquita, sí, esa que algunos quieren devolver
a los musulmanes, una sociedad que convertía a las mujeres cautivas en
concubinas, a los niños en eunucos, y a los hombres en bestias de carga o
soldados a la fuerza; frente a esa sociedad que algunos les parece tan
maravilloso hoy en día, nuestros antepasados, con una mano en la azada y en
otra la espada se decidieron a reconquistar su país. Palmo a palmo de tierra,
en una gesta que no se ha repetido en ninguna otra parte del mundo, decidieron
recuperar lo suyo. Y los sistemas fueron diversos, porque aunque la conciencia
de pertenencia a una entidad común estaba en todos, cada parte de territorio
tuvo que componérselas como pudo.
En
la zona castellana la reconquista tuvo un carácter peculiar, único en Europa.
Fueron hombres libres, no siervos, los que fueron reconquistando, repoblando,
consolidando el terreno. Hombres libres defendiendo su casa, sus bienes, su
gente. Por supuesto hubo grandes nobles, pero fue el peso de esos hombres
libres los que consiguieron hacer retroceder al invasor, y se ganaron a sangre
y espada su libertad, y el feudalismo no pudo implantarse.
Cuando los Reyes Católicos terminaron la
reunificación española se encontraron con un mosaico complejo, producto de ocho
siglos de lucha. En lo que este artículo quiere remarcar, fue la coexistencia
de una pluralidad de hombres libres y una oligarquía nobiliaria que pretendía limitar
esos derechos, quitar a los ciudadanos derechos, limitar sus conquistas. Nuestros
Fernando e Isabel, o Isabel y Fernando, como les plazca que ya se sabe que
tanto monta monta tanto, intentaron mantener un equilibrio entre ambos. Pero la
Parca les impidió terminar la labor, la locura de la hija complicó aún más las
cosas y la llegada de Carlos I terminó de liarla. Un país al borde de la guerra
civil, y llega el nuevo rey exprimiendo y despreciando para mantener sus
ambiciones europeas, que no piensen que es algo nuevo que un gobernante español
mire a Alemania olvidándose y destrozando a sus conciudadanos. Y surge una
revolución, no una rebelión, porque no era un mero alzamiento o protesta armada
contra un poder establecido, sino que intentaba alterar el sistema injusto, el
saqueo de ciudadanos y villas. Una auténtica revolución que hundía sus raíces
en el pasado, que sometía al rey al derecho, que miraba al interés de los
compatriotas, en resumen, la primera revolución burguesa de Europa que exigía
el respeto a la ley, el respeto a los bienes y libertades de los ciudadanos. Siento
romper el mito a los progres, pero fue una revolución de ciudadanos libres, no
de siervos, fue el levantamiento de burgueses, de pequeños nobles, de
artesanos. Si se me permite la analogía, con todas las distancias que el tiempo
da, fue una revolución liberal, en palabras de hoy en día, una revolución de la
derecha liberal que pretendía el respeto a la ley, empezando por el rey,
libertad a los ciudadanos e impuestos bajos y destinados al bien del reino, no
a las ansias megalómanas del que quería ser, y fue, emperador.
Fueron
vencidos, eso es evidente, pero no por tropas del rey, sino por las tropas de
la oligarquía nobiliaria, de aquellos que querían medrar a costa de los ciudadanos,
de los que decían representar a la nación y sólo representaban a sus intereses
mezquinos, de los que querían medrar, de los mendaces, de la casta que desde
entonces se ha ido disfrazando de diversos colores con la única intención de
vivir a costa de ciudadanos libres.
Los
comuneros no fueron traidores a la Patria, jamás menospreciaron su país; los
comuneros no se disfrazaron de populismo vacuo para engañar a sus
conciudadanos; los comuneros no hablaban de España para lucrarse a su costa;
los comuneros no querían restringir los derechos y libertades de sus
conciudadanos. Hundían sus raíces en nuestra historia y luchaban por una nación
de hombres libres. Fueron ejecutados, la historia que pudo ser no fue, España
se desangró en absurdas guerras exteriores que nos traían al pairo, y, lo
peor, desde entonces quedó pendiente la
revolución liberal en España
Y
hoy en día, unos cuantos siglos después, miro el panorama y veo un partido
gobernante que dice que quiere a España y que ha abandonado sus principios
poniéndose de espaldas a los ciudadanos en los que no piensa más que para
sangrarles, protegiendo a oligarquías, mirando a otro lado y financiando a los
que quieren romper la nación, un partido que antes gobernó y decía que España
era un concepto discutible y discutido, friendo a los ciudadanos a impuestos y
del que emana un tufo a Eres y similares, y un partido que pretende traer un
régimen comunista a España, con las limitaciones de derechos y empobrecimiento
que ello supone, sin hablar de la conducta errática frente a dictaduras e
islamismos…