domingo, 15 de marzo de 2015

COMUNEROS

Hace unos días terminé el libro  Hispania, Spania, el nacimiento de España de Santiago Cantera y recogía un párrafo de una  obra anónima del año 633 que me permito compartir con ustedes; la cita decía “No otra cosa supone la afirmación tan clara que realiza: `Leovigildo, que no favorecía, sino perjudicaba y más bien perdía que gobernaba España´. Como me he hecho la solemne intención de no hablar de política, o al menos de hablar poco, me abstendré de recomendar el libro al actual Presidente del Gobierno, dado que le podría quitar de las que él dice que son sus lecturas favoritas, a saber, los periódicos deportivos, aunque me rumio que le vendría bien ya que la cita le viene como anillo al dedo; tampoco al recordado anterior Presidente, suponiendo que no sea el actual encarnado, al estilo de la invasión de los ultracuerpos, recordado obviamente por ser el origen de este desastre en el que nos encontramos;  tampoco a los nacionalistos patrios, que están muy ocupados en pulirse los dineros para dejarnos sin blanca y, ya puestos, inventarse una historia a la medida de sus intereses; y sinceramente tampoco tengo ánimos para algunos que cada vez que oyen la palabra España, en donde viven, de la que viven y a la que pertenecen, les entra una especie de erisipela autoinmune o un cortocircuito neuronal propio del que no sabe ni quien es, ni de dónde viene ni adónde va.

            No, hoy no, o, al menos, aún no. A mí, que me gusta España, que siento orgullo de su historia, que tengo que asumir sus errores, aprender de ellos, y llevar alto el pendón de sus aciertos, que fueron muchos, me sorprende que personas y grupos que parecen odiar su país, su nación, fenómeno más propio de estudio psiquiátrico que sociológico, utilizan episodios de nuestra historia, los manipulan, los reinventan y los sueltan… Y oiga, que se quedan tan panchos después de crear una barahúnda y dejar a los parroquianos boquiabiertos y patidifusos. Y si les cuento esto fue porque escuche a uno de estos embelecadores que convertían el movimiento comunero en una especie de movimiento “presocialista” o algo así. Sinceramente siempre me ha atraído el movimiento comunero, quizás porque lo considero uno de los puntos decisivos en la historia de España y que nos sigue condicionando hasta nuestros días.

            Cuando Hispania, nuestra España, se vino abajo por la invasión musulmana, a sangre y fuego, y nuestros ancestros se vieron sometidos a un sistema que se mantenía, entre muchas cosas, de aceifa en aceifa para mantener el mayor mercado de esclavos de Europa, un sistema que no tenía reparos en dejar una iglesia visigótica a ras para edificar sobre ella una mezquita, sí, esa que algunos quieren devolver a los musulmanes, una sociedad que convertía a las mujeres cautivas en concubinas, a los niños en eunucos, y a los hombres en bestias de carga o soldados a la fuerza; frente a esa sociedad que algunos les parece tan maravilloso hoy en día, nuestros antepasados, con una mano en la azada y en otra la espada se decidieron a reconquistar su país. Palmo a palmo de tierra, en una gesta que no se ha repetido en ninguna otra parte del mundo, decidieron recuperar lo suyo. Y los sistemas fueron diversos, porque aunque la conciencia de pertenencia a una entidad común estaba en todos, cada parte de territorio tuvo que componérselas como pudo.
            En la zona castellana la reconquista tuvo un carácter peculiar, único en Europa. Fueron hombres libres, no siervos, los que fueron reconquistando, repoblando, consolidando el terreno. Hombres libres defendiendo su casa, sus bienes, su gente. Por supuesto hubo grandes nobles, pero fue el peso de esos hombres libres los que consiguieron hacer retroceder al invasor, y se ganaron a sangre y espada su libertad, y el feudalismo no pudo implantarse.

             Cuando los Reyes Católicos terminaron la reunificación española se encontraron con un mosaico complejo, producto de ocho siglos de lucha. En lo que este artículo quiere remarcar, fue la coexistencia de una pluralidad de hombres libres y una oligarquía nobiliaria que pretendía limitar esos derechos, quitar a los ciudadanos derechos, limitar sus conquistas. Nuestros Fernando e Isabel, o Isabel y Fernando, como les plazca que ya se sabe que tanto monta monta tanto, intentaron mantener un equilibrio entre ambos. Pero la Parca les impidió terminar la labor, la locura de la hija complicó aún más las cosas y la llegada de Carlos I terminó de liarla. Un país al borde de la guerra civil, y llega el nuevo rey exprimiendo y despreciando para mantener sus ambiciones europeas, que no piensen que es algo nuevo que un gobernante español mire a Alemania olvidándose y destrozando a sus conciudadanos. Y surge una revolución, no una rebelión, porque no era un mero alzamiento o protesta armada contra un poder establecido, sino que intentaba alterar el sistema injusto, el saqueo de ciudadanos y villas. Una auténtica revolución que hundía sus raíces en el pasado, que sometía al rey al derecho, que miraba al interés de los compatriotas, en resumen, la primera revolución burguesa de Europa que exigía el respeto a la ley, el respeto a los bienes y libertades de los ciudadanos. Siento romper el mito a los progres, pero fue una revolución de ciudadanos libres, no de siervos, fue el levantamiento de burgueses, de pequeños nobles, de artesanos. Si se me permite la analogía, con todas las distancias que el tiempo da, fue una revolución liberal, en palabras de hoy en día, una revolución de la derecha liberal que pretendía el respeto a la ley, empezando por el rey, libertad a los ciudadanos e impuestos bajos y destinados al bien del reino, no a las ansias megalómanas del que quería ser, y fue, emperador.

            Fueron vencidos, eso es evidente, pero no por tropas del rey, sino por las tropas de la oligarquía nobiliaria, de aquellos que querían medrar a costa de los ciudadanos, de los que decían representar a la nación y sólo representaban a sus intereses mezquinos, de los que querían medrar, de los mendaces, de la casta que desde entonces se ha ido disfrazando de diversos colores con la única intención de vivir a costa de ciudadanos libres.

            Los comuneros no fueron traidores a la Patria, jamás menospreciaron su país; los comuneros no se disfrazaron de populismo vacuo para engañar a sus conciudadanos; los comuneros no hablaban de España para lucrarse a su costa; los comuneros no querían restringir los derechos y libertades de sus conciudadanos. Hundían sus raíces en nuestra historia y luchaban por una nación de hombres libres. Fueron ejecutados, la historia que pudo ser no fue, España se desangró en absurdas guerras exteriores que nos traían al pairo, y, lo peor,  desde entonces quedó pendiente la revolución liberal en España

            Y hoy en día, unos cuantos siglos después, miro el panorama y veo un partido gobernante que dice que quiere a España y que ha abandonado sus principios poniéndose de espaldas a los ciudadanos en los que no piensa más que para sangrarles, protegiendo a oligarquías, mirando a otro lado y financiando a los que quieren romper la nación, un partido que antes gobernó y decía que España era un concepto discutible y discutido, friendo a los ciudadanos a impuestos y del que emana un tufo a Eres y similares, y un partido que pretende traer un régimen comunista a España, con las limitaciones de derechos y empobrecimiento que ello supone, sin hablar de la conducta errática frente a dictaduras e islamismos…

            Sinceramente, me pregunto, les pregunto, ¿no creen que ha llegado la hora de entre todos, con la fuerza del voto, de traer la revolución liberal comunera, la liberal de verdad, la que fomenta la iniciativa de los ciudadanos, la que reduce el dinero en manos de los políticos, la que piensa en España, la que defiende la libertad del ciudadano frente a la intromisión del político? Si ustedes me preguntaran si existe, les diría que sí, que si les pluguiere mirar los programas políticos, desechando claro está a los dos que han estado gobernando y que les han engañado como bellacos que son, lo encuentran fijo.