Hará una semana que tuve una conversación con un
amigo en la que hablábamos del futuro de España. Como ustedes sin duda habrán
deducido, charlábamos sobre el órdago independentista lanzado por los monstruos
nacionalistas alimentados con nuestros impuestos y nuestra estupidez. Lo cierto
es que cada vez que veo o escucho los discursos de estos personajes, recuerdo
una frase de la obra Al Oído del Rey que decía: “Tenemos que concluir,
entonces, que lo que en realidad algunos buscaban era convertirse en pequeños
monarcas de sus propios reinos, absolutistas por lo demás, so capa de
despreciar la Monarquía, todas las monarquías, e institucionalizar una
revolución al estilo Napoleón, quien, despreciando las casas reales, no concibió
nada distinto que organizar la propia al institucionalizar la Revolución que se
la había otorgado”.-
Nada nuevo hay en sus chantajes
nacionalistas, pensaran ustedes, una vuelta de tuerca más en la extorsión
habitual de estos individuos que han hecho de la separación su pesebre, su
mangancia y su sinecura. Quizás ustedes opinen, al igual que mi compañero de
debate, y seguramente con buen criterio, que la historia de las naciones da
muchas vueltas; yo, quizás más pesimista, creo que la historia tiene unos puntos
críticos, unas situaciones a partir de las cuales los hechos que se
desencadenarán son inevitables. Si me permiten un símil, yo veo la historia de
las naciones como un mohicano navegando en su barca. Sí, recuerden esas antiguas
películas del oeste, pongan, al igual que yo, cara de bobos recordando su
infancia, la corneta del sexto de caballería, la policía montada, los indios y
la bella joven a la que hay que rescatar, vamos, todo un clásico de película. Imaginen
que toda la tribu huye con la cautiva por el río, perseguidos por el
protagonista que utiliza el colt como si fuera una ametralladora; pero las
corrientes son traicioneras; hay meandros, cursos nuevos, aguas tranquilas y,
como no, cascadas y torrentes. Hay un punto en el que la canoa caerá por la
catarata, por mucho que nuestro indio reme, aunque toda la tribu arrime el
hombro, y, lamento devolverles a la realidad, aquí el final será malo para
todos-
Así, tenemos
una comunidad autónoma que gasta el dinero a espuertas, que ha educado a varias
generaciones en una historia inventada y falsa, que es incapaz siquiera de
pagar las nóminas a sus funcionarios, que se niega a cerrar ni uno solo de sus
corralitos manipuladores y panfletarios y que se encuentra al borde de una
quiebra irreversible. Y su casta política, todo hay que decirlo, no muy
diferente de la del resto del país, aterrada ante el riesgo de que la quiten el
dornajo, se lanza, como todos los políticos cutres que en el mundo han sido, a
la búsqueda del enemigo exterior; para ello se fuerzan uniones populares frente
al malo, se asila en una bandera y exalta a la masa contra el diablo cojuelo de
turno, que, lamento decírselo, esta vez somos el resto de España. Es el niño
malcriado y mimado que comete error tras error y, en vez de rectificar, de
asumir lo hecho y corregirlo, responsabiliza al que le cuida y apoya; vamos, un
caradura de tomo y lomo, lo que en política hispana es sinónimo a político
nacionalista.-
Y
si bien es cierto que esta situación viene de lejos, que las culpas son de
todos los gobiernos que desde la transición en España ha habido, y de los
ciudadanos que, como ya es costumbre, hemos callado y tragado, los amarracos
están ahora en el tapete del gobierno actual, que actúa como es habitual en él,
finta, vacila, amaga, se paraliza y se pasma.-
El Gobierno va
a quedarse en la inopia, patidifuso y alelado, y si no al tiempo. Este Gobierno
y su partido, que vota en el Congreso en contra de las propuestas que intentan
que los padres puedan exigir que se enseñe a sus hijos en la lengua común con
independencia de la zona de España en la que vivan, que apoya los presupuestos del
partido que promueve la secesión, no va a hacer nada, excepto, quizás, esperar
que una intervención extranjera le solucione el problema.
Pero quiero
ser justo; no es sólo un problema del Gobierno, es un mal de una sociedad que
ha perdido su espíritu, su honor y su fuerza, un país al pairo, una Nación a la
deriva, y unos ciudadanos aborregados. Quizás alguien debería recordarnos a
menudo la frase de Kossuth, que decía que “únicamente la nación que tiene
fuerza vital puede subsistir; pero la que vive apoyada, no en su propia
vitalidad, sino en la buena voluntad de los demás, no tiene porvenir”, porque
puede ya ser tarde para lograr un futuro digno para nosotros y nuestros hijos.-