martes, 13 de julio de 2010

LA ALCALDADA




En mis años mozos, ingenuo de mí, tenía una imagen idealizada del alcalde. Ese alcalde valiente que reflexionaba “¡Cuando vengarme imagina, me hace dueño de mi honor la vara de la justicia! ¿Cómo podré delinquir yo, si en esta hora misma me ponen a mí por juez para que otros no delincan?”. En fin, ilusiones de joven por lecturas de un escritor que será olvidado por no estudiado. A fin de cuentas, un país que permite que le quiten su patrimonio cultural, no merece conservarlo ni siquiera en su memoria.

Más adelante, en los bancos de la facultad, un profesor nos preguntó si sabíamos la causa de que en castellano existiera la palabra alcaldada y no, por ejemplo, presidenciada o reinada. ¡Albricias! Veinte años después, leyendo las noticias, empiezo a saber la respuesta.

El Alcalde es la autoridad más próxima al ciudadano; en Castilla, elegidos por los concejos, suponía la defensa de la libertad del villano, de ese ciudadano nacido en territorios libres, y por lo tanto, el bastión contra el que se estrellaban pretensiones abusivas reales o nobiliarias, el primer interesado en el bienestar de los habitantes de las pueblos, el que mediaba en disputas, el que resolvía pequeños litigios, el que en definitiva transmitía el ideal romano de que el derecho es norma de convivencia.

No es de extrañar pues, que, cuando sus acciones no se ajustaban a la función que debía asumir, el pueblo lo calificara de alcaldada, esto es, la acción imprudente o inconsiderada que ejerce un alcalde abusando de la autoridad que ejerce. Se podía esperar la injusticia del Rey, más delante de los Gobernadores, de los Presidentes de la República o del Gobierno, pero la injusticia del Alcalde, por la proximidad y por su propia representatividad, era especialmente dolorosa.

Hemos acostumbrado tanto a nuestras narices al olor de cloaca o de podredumbre que expelen nuestros Concejos, se nos ha cansado la vista de tanto bodrio puesto en las calles, a sentir nuestros bolsillos agujereados por la avidez de estas polillas insaciables que son las arcas públicas, que las noticias que afectan a los ciudadanos, aplastados por el engendro administrativo que hemos montado, pasan sin dejar poso alguno.

Y sin embargo las imágenes de los vecinos de Vallecas expulsados de sus casas por el Ayuntamiento, como la de la madre con sus dos hijos lanzada a la puta calle, los ancianos, las familias sin hogar, los nuevos sin techo a golpe de porrazo de policía municipal y excavadora pagada por todos, me hacen sentir nostalgia de esa imagen idílica del alcalde de un pueblo o de una ciudad que tenía cuando era niño.-

Vayamos por partes… No quiero entrar en la necesidad de una central eléctrica en la ciudad, sobre todo para que la memoria no me traiga al presente las imágenes de tanto pelotazo inmobiliario, de tanta recalificación y tanta operación atípica vinculada con los de siempre, especuladores y vividores, y ante la falta de información, prefiero no lanzar barro sobre lo que puede ser una operación transparente.

Pero, cuando un Ayuntamiento desaloja a unos vecinos porque sus casas están en peligro de ruina, esas casas están casualmente en la zona en donde se va a construir una central eléctrica, y existen informes dispares sobre la ruina inminente o no de esas viviendas, uno se pregunta que actuaciones hizo el Ayuntamiento para corregir los daños de las viviendas, si se ofreció ayuda a los vecinos para su reparación, si la misma era viable, que responsables se entrevistaron con los vecinos para intentar ayudarles a mantener sus casas, a repararlas, a permitir que vecinos de Madrid puedan seguir teniendo su casa, su hogar señores políticos del Ayuntamiento. ¿Hicieron ustedes algo? ¿Entre obras, obritas y obrones dedicaron algún recurso a ayudarles a solucionar su problema, si es que lo había? Yo, al ver las imágenes, me siento vallecano, me siento unido a esos conciudadanos expulsados de sus viviendas, y veo cómo las excavadoras destrozan pisos, casas y voluntades. Y pienso también en la tibieza demostrada a la hora de derribar viviendas, esas sí, ilegales, de la cañada real, y los intentos de llegar a acuerdos con sus inquilinos… ¿Es qué acaso los ciudadanos tienen que defender sus derechos con palos, piedras y cuchillos? ¿Es que si no hay violencia nadie habla con los ciudadanos? Sinceramente me encuentro perplejo y recuerdo, ahora entendiéndolo, lo que significaba la palabra alcaldada.-