No, no se agobien; no les pienso
hablar de bombas, tiros y armas. Tampoco me quiero centrar en el islam y sus
relaciones con occidente, porque de eso ya he escrito suficiente, les he
aburrido bastante, y hay que dejar sitio para que todos los que ahora se caen
del guindo, puedan escribir lo mismo que escribíamos algunos y por lo que nos
llamaban de todo menos bonitos. Pero quizás sí que les voy a hablar de una
guerra muy complicada que tenemos que ganar, antes de meternos en otras
guerras, salvo que estemos dispuestos a perder todas las batallas y la estrella
de occidente vuelva a declinar en las tinieblas de una nueva edad media.
Hace
una par de fines de semana, un amigo me invitó a una reunión en su casa. Además
de unos estupendos anfitriones, una velada agradable y unos invitados de los
que pude percibir calidad humana, un crítico de cine, habló sobre el
individualismo en la sociedad y la respuesta que daba el cine, comentando y
explicando una selección de imágenes de distintas películas, que iba reproduciendo. Sinceramente, para el
que esto suscribe el cine era, hasta aquel día, un mero instrumento de evasión
lúdica, pero después de caerse todos los palos del sombrajo, cada vez que vea
una película intentaré comprender el mensaje que quiere transmitir.
Quiero
decirles que la exposición que hizo la he tenido muchos días muy presente; se
mezcló con las noticias de los
atentados, y con la lectura de un libro del que ya les he hablado, pero que les
vuelvo a recomendar, El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden
mundial, de Samuel P. Huntington, del que les detallo un párrafo que dice “El
problema para el Islam no es la CIA o el Ministerio de Defensa de los Estados
Unidos, sino Occidente, una civilización diferente cuya gente está convencida de la universalidad de su cultura y cree que su poder superior, aunque en decadencia, les impone la obligación de extender esta cultura por todo el mundo. Estos son los ingredientes básicos que alimentan el conflicto entre el Islam y Occidente”. Y lamento decirles, que este conflicto, y
cualquier conflicto futuro en el que nos veamos abocados, sea económico, bélico
o lo que se tercie, lo vamos a perder salvo que ganemos una guerra civil muy dura
que está dentro de nosotros.
¿Qué
fue primero en nuestra civilización? ¿La libertad o el individualismo?
Entiéndanme, creo que el individualismo, entendiendo como tal la tendencia a
pensar y obrar con independencia de los demás, o sin sujetarse a normas
generales, es una de las características de nuestra civilización. El individuo asume
sus acciones, con sus errores y sus aciertos, y ejerce su libertad. Pero miren
ustedes, una cosa es una tendencia y otra una norma absoluta de actuación. La
libertad como derecho del individuo,
admite actuaciones positivas y negativas, o dicho de otra manera, cada uno
puede limitar su libertad o hacer lo que le salga de la higa mirándose el
ombligo con fruición. El individuo es una unidad muy pequeña, y va formando
otras estructuras que no son la mera suma de individuos, sino que tienen su
propia dinámica. Una pareja supone una limitación voluntaria de la libertad de
cada individuo para crear una unidad superior e independiente que opera con sus
propias normas de relaciones con familias, terceros, etc.. De igual modo una
familia implica varios individuos que han limitado voluntariamente su libertad
para crear un grupo que opera de una manera distinta. Y así vamos construyendo
nuestra sociedad occidental, con libertad, es evidente, pero con
responsabilidad y buscando una trascendencia del propio individuo.
Pero
nos hemos vuelto niños malcriados… Ejercemos nuestro derecho a limitar nuestra
libertad y nos sentimos agredidos, limitados, agobiados, restringidos… No nos
encontramos cómodos si no es haciendo lo que nos vaga y sin que nadie nos ponga
freno a nuestros caprichos. Nos hemos convertido en islas y cubrimos nuestras
carencias con solidaridades televisivas y similares. Eso sí, como es Paca que
se molesta porque me lío con la secretaria buenorra de la oficina, o, estoy
hasta las narices del niño, leche, que tengo derecho a ver mi tele y me da el
coñazo con los deberes, pero ¿qué narices hace el profesor?, o, puff, que
puñeta le han hecho a Pepe, mi compañero de trabajo, pero bueno, yo de momento
estoy más o menos bien, que él se apañe. ¿Quieren que siga? Nos hemos
convertido, con mucha ayuda eso sí, en ególatras, en seres que lo mismo da
blanco, que negro, mientras a mí no me afecte eso sí, en individuos amorales, en
los que reclaman mucho pero que lo que dan es por la fuerza de las leyes.
En
el fondo, y en la superficie, somos indiferentes a todo, salvo a nuestro ego.
Nos importan las relaciones en cuanto mantienen nuestro rol, pero poca
implicación en nada, ni en parejas, ni en familia, ni en trabajo, ni en política,
ni en asociaciones, ni en nada. Vamos a nuestra bola y que se aparte el resto,
que no me perturbe y no me complique la vida.
Y
con esta forma de ser, ¿Qué estamos dispuestos a jugarnos para mantener nuestro
sistema de vida?, ¿qué sacrificios vamos a realizar para mantener nuestra
civilización? ¿en qué estamos dispuestos voluntariamente a implicarnos para que
nuestros hijos puedan recibir un sistema de vida y de valores que ha costado
siglos crear?
Siento
decírselo, pero, o ganamos la guerra civil que tenemos con nuestras actitudes,
la incoherencia entre lo que hacemos y lo que decimos que queremos, o nos
situamos en donde estamos y volvemos a mirar a nuestro alrededor, o no
ganaremos ningún conflicto. Y este campo de batalla, en lo que nos hemos
convertido, ¡que quieren que les diga!, si que va a ser una guerra larga y
dura.