Llevo unas semanas pensando si
terminar la trilogía de artículos que empezó con “¿qué pasa con la izquierda
española” o hablarles de esta mentira en la que nos están arrebujando y que nos
está llevando a una islamización de Europa. Y si están ustedes leyendo este
artículo es evidente que he decidido terminarla; no les podría justificar los
motivos; quizás porque los círculos hay que cerrarlos bien, tal vez porque no
estén tan alejados uno de otro, puede que porque si lo escribo, pueda
entenderlo. A lo mejor, la explicación sea más sencilla, porque leyendo La Era
de la Revolución de Eric Hobsbawm, un párrafo me acabó de decidir; decía así “Así
pues, el periodo de la doble revolución conoció el triunfo y la más elaborada
expresión de las radicales ideologías de la clase media liberal y la pequeña
burguesía”
El
ciclo histórico que va desde la revolución francesa (quizás desde la guerra de
la independencia norteamericana) hasta el final de la I Guerra Mundial, arrastra
hasta nuestros días las consecuencias de lo que sucedió en aquellos años. En
España, al igual que en toda Europa, esa era configura nuestro presente.
Seguramente no más que los efectos del siglo XV sobre el XVII, pero lo cierto
es que mientras que ya tenemos asumidas las consecuencias de siglos muy
lejanos, los europeos aún digerimos esa época, especialmente en España, con un
desastroso siglo XIX encharcado de sangre, reacción, destrucción de los avances
del siglo XVIII y que, por si ya hubo pocos males, provocó la invención de la
pura invención de la patria vasca o gallega, y dio alas a un movimiento
minoritario que se puso a reinventar una nación catalana, convirtiendo lo que
no eran más que mitos en una historia tergiversada y manipulada.-
Una
época tormentosa, sin duda, pero no todo fueron males, ni todas sus
consecuencias nefastas. El papel de la derecha primero, y el movimiento obrero
después, terminaron de configurar la sociedad occidental en la que vivimos
ahora. Ambos fueron ideas contrapuestas, generaron tesis y antítesis, o si
ustedes lo prefieren, posiciones muchas veces enfrentadas que generaron una
sociedad distinta, más justa, más democrática. Cualquiera de ellas sin la otra
sólo habría generado espacios sombríos como los que se vivieron en Europa (y se
extendieron a medio mundo) a mediados del siglo pasado. Pero, a lo que este
artículo concierne, el papel de la derecha ideológica (y olvídense de la
etiqueta retroprogre de derecha medievo, izquierda progreso) fue
extraordinario. Poco más podría añadir y mejor no podría escribirlo, que la imagen de una placa en una calle de
Vejer de la Frontera que me pasó un amigo. Dice así: “A los liberales del siglo
XIX que con esfuerzo, ilusión y hasta el sacrificio de sus vidas, impulsaron el
progreso de esta tierra luchando por la Constitución, la Justicia y la
Libertad”.
Muchas
cosas han pasado desde entonces, es cierto, pero ¿y ahora? Les confieso la
dificultad de escribir este artículo, porque si miro al Parlamento español la
derecha ideológica no está representada. No, no lo está, no se sorprendan… No
hay un partido liberal, ni un partido conservador, no existe nada parecido en
las Cortes. El partido que dice representar a la derecha ideológica no es tal,
es un puro instrumento de poder con el único objetivo de mantenerse en él. Y
por eso, cada vez que se les pregunta sobre el incumplimiento de su programa,
se refugian en la economía, en la estabilización de la misma, y, aunque no
hayan tocado ni uno de los problemas estructurales de España, aunque hayan
dejado el campo económico sembrado de minas a cualquier futuro gobierno, es
cierto que hay una tímida recuperación económica, recuperación a costa del
hundimiento de las pequeñas empresas, de una política fiscal salvaje, de
pérdida de poder adquisitivo, de medidas antisociales tan desproporcionadas que
harían que un camisa vieja de los años 50 enrojeciera de rabia. La sensación de
inseguridad de las pensiones, la impunidad con la que se ha movido la banca, la
pérdida de derechos sin contraprestación alguna, son tan ajenas a un
pensamiento político de derechas como a uno de izquierdas; son medidas que
puede implantarse en una dictadura marxista, en una teocracia islamista o en
una dictadura militar del corte que sea sin ningún problema. Pero miren, no sé
ustedes, veo muchos ministros, y su acción política, entendiendo como tal el
cumplimiento de un programa electoral, de un discurso de investidura, brilla
por su ausencia, ni siquiera aquellas medidas que no tienen coste económico.
Honestamente,
el desastre político de Zapatero, sigue. Y cuando oigo a uno de sus votantes
quejarse de la demencia del Ayuntamiento de Madrid quitando estatuas y calles,
tengo que recordarles que en cuatro años, con el mayor poder que ha tenido en
España partido político alguno, ni han modificado ni abrogado la ley de
Zapatero. Cuando otro de sus votantes brama por la islamización de España y la
mentira del multiculturalismo (colorín, colorado, otro sapo nos han colado),
les señalo que es el gobierno en funciones el que ha sacado, de hurtadillas, la
Ley que regula la enseñanza del islam en las escuelas españolas. Cuando otro se
mofa del engendro de la Alianza de Civilizaciones, le digo, que sí, que tiene
razón, pero que este Gobierno ahí sigue. Y si me hablan de la politización de
la Justicia, pues claro, obvio, pero este Gobierno, ahora en funciones, más de
lo mismo. Si con Zapatero las víctimas del terrorismo se encontraban aisladas,
con este gobierno más. Si hablamos de los nacionalistos catalanes, y me
recuerdan la frase maldita de Zapatero de “Aprobaré lo que traiga el Parlamento
de Cataluña”, pues sí, venga vale, Zapatero pasará a la historia como el peor
gobernante español, pero este Gobierno, sí, éste, ha financiado ese dislate y
ha sido incapaz de enfrentarse a los separatistas jetas en sus desafíos
crecientes. Escojan ustedes el área que quieran, confróntelo con la ideología
liberal o conservadora, miren, comparen y si encuentran alguna similitud, me
avisen oiga. Su actuación ha sido tan dirigida al poder por el poder, con
ausencia de cualquier ideología, que simplemente con las normas y las políticas
de este gobierno, si llegara al poder un partido de extrema izquierda, con
tocar cuatro normas, no más, nos llevaría al paraíso bolivariano en un tris
tras.
En el primer
artículo de esta saga dije que los votantes de izquierda se hacen cómplices de
la deriva de los partidos a los que votan y a los que siguen votando. Para que
me entiendan. Si alguien vota una vez a un partido que denomina a un etarra que
está en la cárcel, preso político, y le vuelve a votar, asume ese pensamiento,
se hace cómplice de él. Ya sé que no todos los ciudadanos de izquierdas son
cómplices, hay versos libres, marcianos, personas que no están dispuestas a ser
ovejas… Y muchos amigos de derechas me dirán que también en la derecha. Pues
sí, también hay versos libres, marcianos y raritos que no están dispuestos a
tragar ruedas de molino, pero miren ustedes, unos y otros son pocos, demasiado
pocos para lo que hay y lo que nos viene.
Muchos
ciudadanos de derechas han hecho fuchina de su propia ideología, y han ido
depositando su voto haciendo de tripas corazón, votando a unos para que no
salgan los otros, sin darse cuenta que están entrando al juego de un teatro de
polichinelas, ya viejo y que va desde el “A tuerto o a derecho, nuestra casa
hasta el techo” de La Celestina al turnismo de los gobiernos españoles del
siglo XIX. Y si uno de los actores da muestras de fatiga, ya saben, el chamán
de pacotilla en la cocina del partido que sea, coge la varita mágica,
dubididabidibu y, ¡zas! se saca de la chistera televisiva a otro aún peor; y ya está, así movilizan estos encantadores de
serpientes, por puro miedo, a sus votantes. Siniestro, ¿no creen? ¡Manda cogumelos!
Pero esto ni
siquiera es lo peor. Bueno no es, pero lo trágico es que esta corrupción en la
ideología ha ido acomplejando a los ciudadanos de derechas. Han ido asumiendo
el buenismo falso que nos hacen tragar, se han resignado a aceptar todo, no se
atreven a salir con la bandera española por si les llaman “fachas”, abandonan
sus principios, señalan a los disidentes, terminan inhibiéndose de todo y de
todos, aclaran que la “gente de orden” o “la gente de bien” no se manifiesta,
no hace huelgas, no muestra su indignación (salvo la correspondiente reunión de
amigos, que lo mismo da que sea en un bar cutre o en una cena de postín con muy
cultos y doctos invitados), que votan y
vale ya.
Se han
convertido en lo que algunos llaman la mayoría silenciosa; mayoría, quizás, pero el
silencio cuando está en juego tanto en nuestra Nación, es cobardía, es
pusilanimidad, es irresponsabilidad y roza la traición. O el votante de
derechas asume su responsabilidad en un sistema democrático, o se convertirá en
un ectoplasma, en un convidado de piedra de nuestro presente y de nuestro
futuro. Quizás nuevos partidos de derecha democrática que están surgiendo,
quizás una revolución interna en el que dice que és, pero que no es, puedan
cambiar el rumbo, pero sin que se involucre en serio esos ciudadanos de
derechas, no hay nada que hacer.
Y a mis amigos
de izquierdas, con los que siempre he disfrutado de un buen debate, de una mutua
defensa vehemente de ideas, tengo que darles una mala noticia. La ausencia de
formaciones de derechas en el Parlamento, en los medios de comunicación, lleva
al pensamiento único, a un empobrecimiento de ideas de los de derechas y de los
de izquierdas, conduce a que los partidos de izquierdas entren en dinámicas
demenciales y nos arrastran a todos en su locura. Del debate, del contraste de
ideologías, de la huida de los anatemas a los que discrepamos de la verdad
absoluta a la que quieren conducirnos, está el verdadero progreso. Sigamos así,
y las peores pesadillas de 1984 las viviremos en nuestras carnes y la heredarán,
como una moderna roca de Sísifo, nuestros hijos.