miércoles, 14 de mayo de 2014

LA TRANSICIÓN

Ya se han apagado los pabilos que iluminaban los varios funerales del primer Presidente de Gobierno de la democracia. Entre tanto hipócrita y mendaz penitente que se paseaban por las cada vez más censuradas emisoras de televisión, peregrinaje masivo del que uno ya no sabía en donde refugiarse, recordaba mi niñez y me vino a la mente un párrafo de Memorias de un francotirador en Stalingrado (de Vasili Záitsev) que decía “¡Qué poderosas pueden ser la fe y la confianza! Cuando nadie te cree, el alma se te seca, pierdes la fuerza y te conviertes en un pájaro con las alas rotas. Pero cuando la gente confía en ti, te vuelves capaz de cosas que jamás habrías soñado”.

            No les voy a mentir diciendo que conocía a Adolfo Suarez, ni que tengo referencias fiables de sus conductas, motivaciones o justificaciones. Eso lo dejo a sus conocidos y también a la cohorte de miserables que junto a las doce escuadras salen de sus nidos fétidos cuando hay óbitos, para situarse en la primera línea del velatorio y tratar de medrar un poco más a costa del finado. No, tan sólo mantengo nítidos recuerdos de mi adolescencia en los que una parte importante es todo el proceso de la transición, interrumpido en el nunca esclarecido 23 de febrero de 1981, que al igual que los otros dos agujeros en la historia reciente española (el asesinato de Carrero Blanco y el 11 de marzo), probablemente hayan condicionado más el futuro de la Nación de lo que podemos intuir. Así que poco tendría que aportar en un país normal, si no fuera porque por estos páramos pocos españolitos menores del medio siglo conocen aquel periodo. Yerro aquí gravemente, porque no conocen ni ese periodo ni ningún otro; a fin de cuentas, si como decía Huntington “una nación es una `comunidad recordada´, es decir, una comunidad con una memoria histórica de sí misma”, el máximo objetivo de los políticos de uno y otro signo ha sido que las nuevas generaciones sean parias en su tierra, asilados del mundo sin patria ni bandera, ovejas mansas al matadero de sus intereses, de sus corruptelas, en definitiva, de sus carteras.

            De aquella época recuerdo unos años convulsos; aunque los cambios estaban ya iniciándose en la mente de todos los españoles, llevarlos a la práctica parecía imposible. Una mezcolanza de normas y situaciones de distintas procedencias e ideologías hacían muy complicado el cambio de sistema. Una sociedad en la que los maridos podían disponer de los bienes de sus esposas sin su conocimiento a través de la figura del consentimiento presunto, en la que aún campaba la brigada de lo social persiguiendo a izquierdistas mientras hasta en las tascas se hablaba abiertamente de política, una sociedad en la que el consumo de drogas no estaba penado (la doctrina del Tribunal Supremo establecía que el consumo de drogas era una autolesión y que las autolesiones no estaban penadas por la Ley) pero en la que la gente se iba a Francia a jugar al casino, comprar libros prohibidos o ver alguna película subida de tono, algunas de las cuales eran más inocentes de las que se pueden ver en horario juvenil hoy en día. Una sociedad en la que las personas rezaban el rosario delante de los cines donde se proyectaba Jesucristo Superstar pero que también pregonaba el amor libre en las universidades. Una educación bastante mejor que la presente, con mejor formación y preparación, pero en la que aún quedaban resquicios dogmáticos. Y por si esos contrastes fueran insuficientes, una crisis económica galopante, consecuencia de no haber tomado medidas serias a principios de los años 70, paro en ascenso, delincuencia en las calles con los bardeos, recortadas y similares brillando a la luz de las farolas, los picos a todas horas, el talego lleno y los terroristas, como no, asesinando.

            Pero también recuerdo la esperanza, la convicción de todos los españoles en que, por fin, éramos ciudadanos dueños de nuestro futuro. Los ciudadanos soñaban con un futuro mejor, creían que se podía hacer, y se hizo. Por una vez, parecía que se iba a romper la eterna división entre españoles, casta, tontos útiles y chusma. Ilusión que empezó a agonizar con la corrupción iniciada a partir de los gobiernos de Felipe Gonzalez.

            Y la verdad es que en ese sueño tenía un papel protagonista Adolfo Suarez. No pretendo que salga a relucir la “hora de las alabanzas”, ni hacer un panegírico para el que no tengo datos. Pero no se me olvida el desgaste de tanto asesinato terrorista, las críticas de la oposición en las que se hablaba de todo menos de política  (de todas, incluyendo a la ahora olvidada AP), ni tampoco la convicción que teníamos de la ausencia del engaño sistemático a la ciudadanía, la creencia en el cumplimiento de las promesas electorales (el famoso “puedo prometer y prometo”)  y en una gestión honesta. Como ustedes verán, exactamente lo contrario de lo que estilan hoy nuestros politiquillos de tres al cuarto, estos chisgarabises de la casta que mienten, falsean, se corrompen y nos roban. Y por eso los ciudadanos, las personas honestas, guardan un buen recuerdo del primer presidente de la democracia española.

            La transición tuvo muchos errores, muchos fallos, pero no me parece justo imputarlo a aquellos años. Han sido los mediocres que han venido después los que no han querido (o sabido) corregirlos. Demasiado ocupados como estaban (y están), en mantener su pesebre, los tontos útiles y la chusma importamos muy poco. Y quizás no les falte razón, porque se acercan unas elecciones en la que los ciudadanos pueden castigar a los dos elefantes del poder, votando a partidos pequeños (que los hay de todo color e ideología oiga) o, al que su estómago no se lo permita, no refrendando con su voto las mentiras y corruptelas de estos dos zotes de la política. Piensen que, a fin de cuentas, los que van a seguir mandando son los alemanes, que son los que suelta parte de la guita (nosotros la otra) con la que mantienen estos getas sus prebendas.

            Así que con su muerte, creo que acaban definitivamente los sueños de aquella sociedad de finales de los 70, que se entierra la libertad y la democracia en España, porque muerto uno de los referentes de la transición, aquí sólo queda ya un guiñapo con el que nos van a seguir engañando, y nosotros, como tontos, tragando.


            Por todo ello, al igual que decían nuestros antepasados romanos, Sr. Presidente, mi mejor deseo es sit tibi terra levis (que la tierra te sea ligera).