martes, 27 de diciembre de 2011

JITTE

Hace ya unos dias tuve una conversación sobre el honor; sí, no se extrañen demasiado, el diccionario de la Real Academia, pese a las ministras y miembras, aún conserva esta palabra obsoleta y la define como la cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo. Y en esa conversación de la que les hablaba me vino a la mente un párrafo de Sinju que decía: “El deber, la lealtad y la devoción filial eran los principios cardinales del Bushido: el Camino del Guerrero. El estricto código que gobernaba la conducta del samurái. Su honor, la más alta y más importante de todas las virtudes, dependía de su observancia del código”.-


Les ruego me disculpen por traer a este blog un asunto trasnochado y caduco, que sin duda se debe al exceso de vapores etílicos que consumimos celebrando algo que ya ni siquiera tenemos en nuestra memoria inmediata, al igual que los griegos antiguos (no los esquilmados y bancariamente gobernados de nuestros días) reflejaban en sus mitos, gestas pasadas para no olvidarlas, y que con tanto símbolo quedaron en la neblina que separa la historia de la mitología. Pero así son las cosas, y hoy y los días inmediatos, celebramos la venida de un hombre que supo hacer del honor su norma de vida, así que sin duda tengo su comprensión y su perdón por esta pítima emocional.-

Porque hablar del honor es hablar de algo incierto e inestable en nuestro mundo eurorizado, de una virtud desfavorable que convierte al que la posee en una especie de bicho ajeno, un alienígena, un fantasma del siglo de oro que remuerde nuestra conciencia, nos insulta con su silencio, nos señala con su actitud, y que por ello ha de ser vejado y señalado. El cumplimiento del deber, la asunción de compromisos, el hacer lo que se debe frente a lo que se quiere, por amargo que sea, enfrentarse a una corriente de mediocridad y mendacidad, a lo políticamente correcto, a lo que los demás en su vida acomodaticia creen que debe hacerse, no está a la última.-

Y sin embargo, sustituimos nuestro honor por la tolerancia con el mediocre y el violento, la complacencia con el inútil, la solidaridad con el cobarde y el indiferente, la comprensión con el sinvergüenza, la aceptación del impresentable, el aplauso al mentiroso, el silencio ante el ruin, la sumisión ante el prepotente, el aplauso al egoísta, el agasajo al despreciable y el mantenimiento de situaciones que sólo tienen que ver con un ego que se mira en el espejo de sus propias debilidades.

Como decía la obra de Sinju, agarremos con ansia el jitte, el símbolo de la ley y el orden contra la anarquía y el caos; el bien contra el mal; la verdad contra la mentira, y si no somos capaces ni siquiera en estos días de discernir lo bueno y lo justo de lo malo y lo injusto, al menos escuchemos nuestro honor, clavemos pica en suelo y frente a la injusticia y la maldad podamos volver a decir, como los antiguos tercios, que no nos rendimos y que es preferible caer en la lucha, muerte social en forma de silencio e incomprensión, que vivir en la vergüenza de asumir, como norma de vida, la sinrazón, la explotación de los demás, la indiferencia ante el sufrimiento ajeno y el triunfo de la perversidad. ¡Feliz navidad!