En mi recién adquirida faceta de antropólogo
aficionado y pasivo de la realidad española, he de reconocer que viajo de
sorpresa en pasmo, y de arrobo en estupefacción; y entre tanta fascinación me
vino al recuerdo un párrafo de un ensayo que dice “lo que vino primero fueron
los recortes del gasto público. Una serie de medidas que culminaron en los
decretos de urgencia promulgados el…., redujeron las prestaciones de desempleo
de diversos modos, limitaron el periodo en que podían percibirse e impusieron
nuevos instrumentos de inspección en un número creciente de casos”. No, no
piensen que el libro habla de la España actual aunque les suene la música, ya
que su título es La llegada del Tercer Reich, y trata del ascenso del
nacionalsocialismo en las turbulentas aguas del periodo de entreguerras;
quizás, si quieren ver su futuro, salvo que cambiemos nuestra forma de vivir el
presente, podrían atreverse a leerlo.-
Aunque
en pleno siglo XXI, aquí y ahora, nuestros políticos van pasando de la
privatización de la sanidad, al desmantelamiento de Iberia, a la reducción de
los derechos sociales, a la reducción de impuestos para la multinacional del
juego, a los escándalos de corrupción,
al desafío independentista, pero sobre todo al saqueo a los ciudadanos en un
macabro juego de la oca, y de oca a oca y trinco porque me toca.-
Y
esta casta política, esta mezcla de mediocres, pusilánimes, vividores y viudas
negras a dos patas, han extendido su red de corrupción y muerte social, han
inyectado su veneno en la estructura empresarial, han eliminado la información
veraz y por lo tanto la libertad de expresión, han degenerado el tejido humano,
hasta conseguir destruir el estado democrático, ir en vías de arrasar el estado
de derecho y empezar, a paso legionario, a demoler el estado social, eso sí, a
costa de engrosar sus bolsas y disfrutar de la opulencia ellos y sus enchufados;
a fin de cuentas, el que venga detrás que arree, aguante y pague.
Hoy
no quiero definir más a los políticos, sino que pretendo realizar un ejercicio
de autoayuda, inútil lo sé, mirándome al espejo de la historia. España está
sufriendo un experimento global, el ataque más virulento de los neocon a una
democracia occidental, con la cobarde, nauseabunda y odiosa ayuda de nuestros
políticos patrios, que forman, con honrosas excepciones todo hay que decirlo,
un pus pestilente y nocivo, un detritus infecto, insalubre y fétido plagado de
saqueos del que nos vamos a arrepentir, en términos de tejido nacional y social,
durante generaciones. No estamos en conflictos ideológicos, ni religiosos; no
existe en los ámbitos del poder derecha ni izquierda, no hay fachas ni rojos, ni
liberales o conservadores, sólo una plaga traidora y corrupta deseosa de saciar
su apetito de poder y dinero, una rémora social para la que sólo importa
refocilarse en billetes sin que importen los medios. No hay empresas, solo
negocios, no hay personas, sólo presas, no hay honor, solo ruindad.-
Así que
dancemos y holguemos, que el final se acerca, brinquemos y juguemos a su
música, que sus pernadas están a salvo, bebamos y olvidemos, que su diezmo será
una copa ácida que apuraran nuestros hijos. Ellos ya han cogido sus treinta
monedas por traicionar a una Nación, pero los culpables somos los que seguimos
indiferentes, los que pasamos, los que no queremos ver la realidad, la
injusticia, el saqueo, los que silbamos en la vía con cada parado, cada empresa
cerrada o negocio troceado, cada desahucio, los que ronceamos para evitar ver a
los que husmean en la basura y a jubilados manteniendo a sus hijos y sus nietos,
vamos, los que miramos al suelo para no
ver la ruina que han traído. Yo nos acuso, como indigentes sociales, como
perversos mentales, como depravados políticos. Estos son nuestros dirigentes,
los que votamos, a los que seguimos, a los que justificamos sus mentiras, sus
engaños electorales, sus cambios de careta y, por lo tanto, los que nos llevan
con nuestro consentimiento al infierno que devorará años, décadas, lustros, de
evolución y de sueños. Podemos sentirnos orgullosos, si señor, porque los
responsables de lo que trae el futuro somos, ¡oh sorpresa!, nosotros.