lunes, 19 de noviembre de 2012

Sobre Víboras y Canelos


 En mi recién adquirida faceta de antropólogo aficionado y pasivo de la realidad española, he de reconocer que viajo de sorpresa en pasmo, y de arrobo en estupefacción; y entre tanta fascinación me vino al recuerdo un párrafo de un ensayo que dice “lo que vino primero fueron los recortes del gasto público. Una serie de medidas que culminaron en los decretos de urgencia promulgados el…., redujeron las prestaciones de desempleo de diversos modos, limitaron el periodo en que podían percibirse e impusieron nuevos instrumentos de inspección en un número creciente de casos”. No, no piensen que el libro habla de la España actual aunque les suene la música, ya que su título es La llegada del Tercer Reich, y trata del ascenso del nacionalsocialismo en las turbulentas aguas del periodo de entreguerras; quizás, si quieren ver su futuro, salvo que cambiemos nuestra forma de vivir el presente, podrían atreverse a leerlo.-

            Aunque en pleno siglo XXI, aquí y ahora, nuestros políticos van pasando de la privatización de la sanidad, al desmantelamiento de Iberia, a la reducción de los derechos sociales, a la reducción de impuestos para la multinacional del juego,  a los escándalos de corrupción, al desafío independentista, pero sobre todo al saqueo a los ciudadanos en un macabro juego de la oca, y de oca a oca y trinco porque me toca.-

            Y esta casta política, esta mezcla de mediocres, pusilánimes, vividores y viudas negras a dos patas, han extendido su red de corrupción y muerte social, han inyectado su veneno en la estructura empresarial, han eliminado la información veraz y por lo tanto la libertad de expresión, han degenerado el tejido humano, hasta conseguir destruir el estado democrático, ir en vías de arrasar el estado de derecho y empezar, a paso legionario, a demoler el estado social, eso sí, a costa de engrosar sus bolsas y disfrutar de la opulencia ellos y sus enchufados; a fin de cuentas, el que venga detrás que arree, aguante y pague.

            Hoy no quiero definir más a los políticos, sino que pretendo realizar un ejercicio de autoayuda, inútil lo sé, mirándome al espejo de la historia. España está sufriendo un experimento global, el ataque más virulento de los neocon a una democracia occidental, con la cobarde, nauseabunda y odiosa ayuda de nuestros políticos patrios, que forman, con honrosas excepciones todo hay que decirlo, un pus pestilente y nocivo, un detritus infecto, insalubre y fétido plagado de saqueos del que nos vamos a arrepentir, en términos de tejido nacional y social, durante generaciones. No estamos en conflictos ideológicos, ni religiosos; no existe en los ámbitos del poder derecha ni izquierda, no hay fachas ni rojos, ni liberales o conservadores, sólo una plaga traidora y corrupta deseosa de saciar su apetito de poder y dinero, una rémora social para la que sólo importa refocilarse en billetes sin que importen los medios. No hay empresas, solo negocios, no hay personas, sólo presas, no hay honor, solo ruindad.-

            Y este ataque no es nuevo, es el que ya sufrieron otros países en los últimos años, y como los maremotos históricos siempre llegan, la indiferencia te convierte en futura víctima, y el egoísmo en chivo expiatorio del ansia voraz de los nuevos depredadores. Y frente a esta demolición no hay recursos, ni defensa ni esperanza, salvo la que puede nacer del coraje, del pundonor y del orgullo. Y sinceramente, yo no veo reacción social alguna. Como borregos seguimos al pastor que nos lleva al matadero, votamos con fruición las mismas caras que ya nos han traicionado, consumimos los platos recalentados de información que nos sirven una y otra vez. Seguimos su juego, les aplaudimos con cara de bobos mientras asaltan nuestras carteras, les jaleamos mientras arrasan nuestro presente, entramos en sus fingidos  debates cuando están vendiendo el futuro, el nuestro y el que no nos pertenece porque es de las futuras generaciones. Asentimos como lerdos las mismas explicaciones de los que hace un puñado de meses hablaban de la solidez bancaria, del paraíso en la tierra que disfrutábamos, de la caña de España, de la “champions league”, de sus mágicas soluciones en las futuras carteras ministeriales o de los falsos mesías que llevan al rebaño a una ficticia nación donde caerá el maná del cielo. Los mismos farsantes, en tertulias, en escaños, en consejos de administración, en toda la red política, nos siguen engañando, estafando, y nosotros mirando al tendido o a este sol de España que todavía no han conseguido hipotecar. Si usted no ve al mirarse al espejo al parásito de turno chupándole la sangre, quizás este mirando una foto de su imaginación.-

Así que dancemos y holguemos, que el final se acerca, brinquemos y juguemos a su música, que sus pernadas están a salvo, bebamos y olvidemos, que su diezmo será una copa ácida que apuraran nuestros hijos. Ellos ya han cogido sus treinta monedas por traicionar a una Nación, pero los culpables somos los que seguimos indiferentes, los que pasamos, los que no queremos ver la realidad, la injusticia, el saqueo, los que silbamos en la vía con cada parado, cada empresa cerrada o negocio troceado, cada desahucio, los que ronceamos para evitar ver a los que husmean en la basura y a jubilados manteniendo a sus hijos y sus nietos,  vamos, los que miramos al suelo para no ver la ruina que han traído. Yo nos acuso, como indigentes sociales, como perversos mentales, como depravados políticos. Estos son nuestros dirigentes, los que votamos, a los que seguimos, a los que justificamos sus mentiras, sus engaños electorales, sus cambios de careta y, por lo tanto, los que nos llevan con nuestro consentimiento al infierno que devorará años, décadas, lustros, de evolución y de sueños. Podemos sentirnos orgullosos, si señor, porque los responsables de lo que trae el futuro somos, ¡oh sorpresa!, nosotros.

 Así que mire usted a los que vienen detrás y sonría gozoso de dejarles un páramo yermo y desolado, una mochila de deuda, y sea más feliz aún si su herencia será un lugar en donde las palabras libertad, solidaridad y decencia no sean más que conceptos difusos que los que le sigan tengan que buscar en algún viejo diccionario en papel.-