lunes, 30 de agosto de 2010

EL FIN DEL SINDROME DE ESTOCOLMO

El síndrome de Estocolmo no es más que la alteración que experimentan aquellas personas que, habiendo sido secuestradas, manifiestan afecto y vinculación enfermiza con sus secuestradores; sin embargo, según escribo este artículo, viene a mi memoria un ejemplo mejor, así que espero que no piensen que les he engañado con el titulo… ¿O quizás sí?. En cualquier caso, son prerrogativas del que escribe, así que espero me disculpen.


Recuerdo de mi época joven un libro, cuyo título es Walden Dos. Esta obra, que para los que no lo conozcan, no tiene aparentemente nada de texto político; es de un autor que es considerado el padre de una teoría psicológica llamada conductismo. Para no aburrirles aun más de lo habitual, les resumo que el libro trata de una especie de comuna en la que se intenta aplicar un nuevo modelo de sociedad con cierto aire hippie. A los efectos de este articulo, sólo quiero resaltar la parte de las vacas… Sí, de las vacas, esos animales con cuernos que hacen muuuu, que pastan y dan leche, esas mismas…

Según cuenta ese libro, en esa sociedad de tubo de ensayo, establecieron unas vallas electrificadas alrededor del ganado; cuando la res salía del cercado, recibía una descarga eléctrica fuerte aunque inocua. La acción de escapar conllevaba una descarga y, con el tiempo, ninguna vaca intentaba ya abandonar el paraíso bovino en el que las habían recluido. En ese momento, los colonos de Walden Dos retiraron las cercas electrificadas y comprobaron que las vacas seguían obedientes y no pretendían huir del espacio asignado… Sin embargo, al final de la novela (yo al menos la leí como tal, aunque pueda que haya quien se rasgue las vestiduras), cuando el visitante de la comuna se iba maravillado de la nueva sociedad que le habían mostrado, observó que una vaca escapaba del cercado… Vaca rebelde, sin duda, y si ustedes piensan que era sólo una vaca inconformista, no les voy a quitar la ilusión, aunque yo creo que era el principio de una revolución animal, y si no fuera por la diferencia cronológica entre las obras, el principio de Rebelión en la Granja. Y, ahora que lo pienso, ¿eran vacas u ovejas?; bueno, la moraleja es la misma.

No sé por qué, pero cuando vi la celebración popular y espontánea de la victoria de la selección española, que quieren que les diga, me acorde de la vaca que se escapaba de Walden Dos, o mejor dicho, que se le escapaba a B.F. Skinner, autor de Walden Dos y, todo hay que decirlo, tipo sádico donde los haya, que sometió a su hijo recién nacido a experimentos psicológicos que hoy en día habrían conllevado penas de prisión (todo sea por la ciencia) y, en mi opinión sólo superados por los experimentos que llevan aplicando a los españoles nuestros queridos y estimados nacionalistas con la complicidad, por no hablar de coautorías, de partidos políticos que se supone van a defender el interés nacional.

Y, por supuesto, no quiero decir que la sociedad española sea un rebaño, ni comparo a los ciudadanos (entre los que me encuentro) con cuadrúpedos, pero sí que a la sociedad española se la ha sometido a un gigantesco y maléfico experimento conductista, metiéndola en un cercado electrificado por unos pseudoprogres de mierda, y, gracias a ellos y a nuestro silencio culpable, todos hemos entrado en su establo, pisado las boñigas que nos han puesto y hemos abrevado de un líquido apestoso y maloliente que nos han vendido como el nuevo maná divino, llamado ahora talante, consenso (o psuedoconsenso), pensamiento políticamente correcto o demás zarandajas. El sistema empleado es evidente; han utilizado la falsificación de la historia, la exaltación de las diferencias entre españoles elevándolas a obstáculos diferenciadores, e incluso con el robo del patrimonio cultural de los ciudadanos, que va desde los desmantelamientos de archivos nacionales hasta la eliminación de un idioma propio (el español) de unos ciudadanos que tenían dos idiomas maternos (valenciano/español, vascuence/español, gallego/español, catalan/español...), maniobras que tienen la macabra finalidad de romper raíces, destruir lo mucho que nos une y garantizar prebendas a los creadores del experimento.

Para ser coherente, creo que debo identificar a los “pastores”:

En primer lugar tenemos a los nacionalistas vascos, hijos separados de los carlistas, y caracterizados por destacarse en las políticas conservadoras, xenófobas, racistas e intolerantes. Gente que quiso pactar con Hitler, que se rindió cobardemente a los italianos, que probablemente, según algunos autores, estuvo al servicio de la CIA y que lleva practicando la mordaza de los discrepantes por el democrático sistema del tiro en la nuca, bien por acción o por mera contemplación de los asesinatos, esperando que unos sacudan el nogal y otros recojan las nueces.

Después disfrutamos de la compañía de los nacionalistas catalanes, separatistas de boca pequeña, que pactan con Primo de Rivera (o con Franco) el mantenimiento de sus privilegios, herederos de lo más abominable de la Edad Media española, es decir, de la pura esclavitud de los payeses en todos los aspectos, incluyendo el derecho de pernada, y con la sana intención de seguir imponiendo sus privilegios, su nuevo feudalismo, a toda la ciudadanía; estos son los hipócritas que mandan a sus hijos a colegios privados para que aprendan bien castellano e ingles (o alemán, ¿les suena de alguien?). Estos sujetos que niegan el derecho a los ciudadanos a estudiar en español y que se permiten el descaro de ofrecer cursos en español para estudiantes extranjeros en las universidades catalanas. Mientras, que los hijos de la plebe se conformen con estudiar sólo en catalán, no sea que escapen de Cataluña y se les vaya esa mano de obra barata que consuma su somma nacionalista, una versión moderna al más puro Mundo Feliz, de lo hicieron los antiguos señores feudales, no sea que su plebe vea que existe otro mundo y cuestione las mentiras que les han estado vendiendo.

Otros nacionalistos, similares a insectos bípedos de las escuadras de la muerte que huelen la podredumbre, se han unido al festín político-económico, no sea que se les escape un jugoso trozo de víscera, que más que valorar el queso que recibimos, matamos a la vaca y que los que vengan después que arreen, que para eso España es país de trashumantes, emigrantes y carreteros.

Luego tenemos a los izquierdistas, autonombrados genuinos demócratas, en muchas ocasiones hijitos mimados del régimen franquista que confunden 40 años con 20 siglos, que han esnifado las sandeces que otros escribieron y que las han elevado a teoría política. Esta tropa que, si se enriquece y se lleva el dinero en carretilla vale, si quita la pensión a los jubilados, el sueldo a los funcionarios y el dinero a las futuras madres, bueno, si reduce las prestaciones sociales, lo mismo da, pero que España es un concepto discutible y discutido, por supuesto, que en algo se tiene que notar que son progres, porque el resto de sus actuaciones dan un pobre bagaje en ideas progresistas y protección social.

Y hay más aún; los conservadores, acomplejados, blanditos, timoratos, personajes parecen que sacados de la obra de teatro Las Viejas Difíciles, y más preocupados de recuperar los territorios caciquiles que los caracterizaron antaño, y de unirse al reparto de prebendas, que de defender cualquier principio que se presupone en esta Nación inherente a principios conservadores (aunque en países civilizados sea consustancial a todos los ciudadanos), esto es, el mantenimiento de la identidad y la racionalidad nacional; ¿Cómo explicar de otra manera los discursos diferentes según la provincia en donde se hacen?, o, ¿cómo explicar la posición de concejales conservadores en Baleares solicitando la integración en unos inexistentes países Catalanes?.

Luego tenemos a los saltimbanquis, esos mismos que cantaban loas a Franco y, que no se sabe por qué misterio alquímico, ahora levantan sin recato el puño y dan carnés de demócratas a troche y moche, estómagos agradecidos, que dándose aires de intelectuales, son la comparsa necesaria para que las vacas no salgan del redil, con la inestimable ayuda de medios de comunicación sectarios, grandes empresarios, y una reala de gentuza y gentucilla genuflexa ante el poder, de izquierdas o derechas, que ya se sabe que el dinero no tiene color.

Y, pese a todo, cuando unos magníficos profesionales, jugando en equipo, con limpieza y pundonor, demostraron hasta donde se puede llegar, la reacción de los españoles, espontánea, alegre, optimista, fue espectacular. Desde Vascongadas hasta Canarias, España se llenó de una marea roja y gualda, de millones de ciudadanos que sentían que esos once jugadores representaban un pasado y un futuro. Las calles estaban abarrotadas de personas que, les gustara el fútbol o no, sacaron de dentro el orgullo de ser españoles, de ser españoles en libertad, en convivencia, y demostraron que tanta basura mediática no ha calado en los corazones ni en los redaños, y ello pese a que seguíamos igual, con el mismo paro e igual de arruinados. Sin embargo, cada español que paseaba su bandera, celebrando la consecución de la copa del mundo, sentía que había millones de otros españoles que pensaban y sentían lo mismo, y, al menos por unos instantes, dejaron de sentirse los bichos raros del zoológico en que han querido convertir a este país.

Nuestros sádicos patrios debieron temblar pensando que perdían sus privilegios, sus mamandurrias y su basura mental; estoy seguro que muchos de ellos debieron sentir que se abría la espita de la botella del genio. Y aunque sé que un hecho lúdico, trivial, al menos en concepto histórico, no puede elevarse a proyección política para el futuro, no puedo olvidar que grandes movimientos históricos se iniciaron por hechos nimios; un general romano codicioso provocó que una entrada pacífica de godos supusiera al final la caída política del Imperio, o unos gabachos fanfarrones que secuestraban a unos niños implicó la derrota de Napoleón, o que un impuesto sobre el té originara la creación de los Estados Unidos. Hechos insignificantes que funcionaron como catalizador de un malestar previo y que permitieron un cambio en el rumbo de la historia, porque esos catalizadores son necesarios para la reacción social.

Y que una copa del mundo de fútbol sea nuestro detonante, o no, lo ignoro; la bola de cristal no la tengo del todo dominada. Pero que espero que esa profusión de banderas españolas, ese sentimiento de permanencia a un grupo con una larga historia común, de unidad, de lanzarse a la calle, con alcohol y sin él, no debe minusvalorarse, porque al menos nos habla de una España oculta, con ganas de decir que se acabaron las sandeces y los estupideces, y que quiere vivir en libertad, en armonía, sin esta pandilla de golfos que mantenemos. Ahora hay que esperar al que va a canalizar esa energía, volcarla en las urnas, hacer el duro trabajo de regenerar la vida política española y dar el cambio de rumbo que necesitamos en España.



Acierte o no, al ver el explosión ciudadana, quiero soñar con el fin del síndrome de Estocolmo, con una nación, en la que seamos capaces de librarnos de estos manipuladores que nos ponen cercados, nos mienten, nos arruinan, y además nos quieren hacer creer que estamos en el Edén.