Ya lo comenté en un anterior
blog. Abandonado el camino de la política, esquivada la senda de pretender
compartir inquietudes del presente, sólo queda mirar al pasado para quizás
entender que hay hoy, y que habrá mañana. Debo confesarles que ya sólo me interesa
un mañana pequeño, limitado, aquel que pueda garantizar a los que vengan tras
mí seguir en la senda que me señalaron mis ancestros.
En estas
estoy, no les engaño, cuando han llegado a mis manos, en este mes de marzo, dos
libros, dos libros atípicos, dos incunables raros, dos joyas del libre
pensamiento, dos en un mes. Rara avis,
lo sé, pero dos joyas en papel que honestamente creo que deberían ser de
obligada lectura por nuestros bachilleres, y lo que les digo, no es baladí. A
nuestros hijos, a nuestros descendientes, les señalan libros “profundos”,
libros de lo políticamente correcto, de la verdad oficial, del pensamiento
único, libros que están acordes con lo que se considera que deben de pensar,
sentir y ver. En nuestro mundo la discrepancia se persigue, el diferente es
raro, es un mundo feliz en el que nos llevan a ese mundo en el que dormitamos
ahítos de soma, de mensajes único.
Sé que nunca
figuraran en los planes de estudio, quizás porque los que lo diseñan no leen
más que periódicos deportivos o resúmenes de prensa, o quizás porque no les
interesa nada. Este es el mundo en el que viven, disfrútenlo, pero de forma
doble, una por el mundo en el que están viviendo y otra por el mundo que
dejarán a sus hijos. Y si llega un momento de incertidumbre, recuerden, la
palabra mágica es soma, es decir, más propaganda, más panfletos, más
intoxicación…
De una de esas
obras escribiré más adelante; de la otra versa esta entrada. ¿Cómo terminó en
mis manos? Bueno, les hago un pequeño resumen. En una asociación cultural, de
la que tengo el gusto de pertenecer (Club Encuentros con la Historia), se hizo
una exposición sobre la leyenda negra. No les digo nada nuevo si les confieso
que me gusta la historia, que pretendo conocer un poco más de ella, que
considero que la historia es a los pueblos lo que la vida pasado a las
personas, es decir, una mochila de vivencias, actitudes, sombras y luces, que
configura nuestro presente y esboza nuestro futuro. De igual manera que una
persona que ignora o se engaña a sí misma sobre su pasado, va en el camino de
repetir una y otra vez errores pasados, el pueblo que olvida o se deja
engatusar sobre lo que ocurrió va camino a un desastre colectivo.
Dando vueltas
en la cabeza a la exposición y debate, tropecé con un libro en una librería,
titulado Imperiofobia y Leyenda Negra,
de María Elvira Roca Barea, y les traigo un párrafo que dice “Los muros
invisibles dentro de los que viven las autojustificaciones del protestantismo,
la superioridad indiscutible de las razas nórdicas y el ego social de Francia
están construidos con los ladrillos de la leyenda negra. Cada generación, según
su necesidad, va a añadir un capítulo nuevo para convencerse de que ellos están
en el lado bueno, porque dejaron a los malos en la otra orilla”. Y no, no es
sólo un libro de historia, es un magnífico ensayo que arranca en el odio a los
Imperios, y hace un análisis de los orígenes de la leyenda negra, de la campaña
de manipulación y mentira realizada desde los humanistas italianos, pasando por
los protestantes ingleses, holandeses y alemanes, continúa en las falsedades
extendidas por la Ilustración y finaliza en nuestros días. Y por si fuera poco,
ameno y claro. Incluso si no le gustan los libros de historia, este le va a
apasionar, porque no es un libro de historia, o mejor dicho, es más que un
libro de historia.
No les voy a
hacer una sinopsis de la obra, sino unas reflexiones sobre la misma, que ignoro
si son las pretendidas por la autora, porque creo que en el momento en que un
libro está en la mesa de un lector, toma vida propia en su cabeza, y las
reflexiones, sentimientos y pensamientos que genera ya no están bajo el control
de su creador. Lo cierto es que nunca asumí como propia la leyenda negra; a
poco que se rebusque, la falsedad de los hechos, era, para mí, bastante obvia.
No con el nivel de conocimientos de la autora, pero sí los suficientes para que
despertara sentimientos de desprecio respecto a los extranjeros que tan
alegremente la comentaban. No me malinterpreten, tampoco pensé en una historia
de cuento de hadas, asumía una historia dura, con luces y sombras, pero en el
que el bagaje de los hechos era enormemente positivo, más si se compara con las
políticas racistas, genocidas y ladronas de las expansiones inglesas, belgas,
francesas, holandesas y, en la medida que han podido, alemanas. Ese desprecio
se tornaba indignación cuando el propagador era un español de este o del otro
lado del charco, retroprogres estúpidos, de diversa condición, ideología y
plumaje, que, sin saber de lo que hablan, repiten, cual papagayos, un soniquete
que han oído y no han cuestionado, y son voceros, conscientes o no, de una
mentira. El verdadero problema de la leyenda negra no es lo que se diga en el
extranjero, es la asunción que hemos hecho los hispanos de ambos lados del
charco de la misma; nos hemos tragado una mentira, una cómoda mentira, que
evita pensar en cuál es nuestra responsabilidad en el presente.
Pero
lo que nunca había llegado a considerar que todo era una campaña orquestada, conscientemente
divulgada y mantenida, una descalificación permanente, un auténtico experimento
social. ¿Sólo para erosionar el Imperio Español?; creo que la autora se ha quedado
corta, porque ese engaño sigue permitiendo a las respectivas oligarquías, las
mismas que se rebelaron contra el Imperio español, en sus versiones contemporáneas,
mantener un engaño sobre sus propias poblaciones y que van a determinar el
futuro de todos. Sí, también es un libro sobre el futuro de la sociedad occidental.
Sólo
discrepo en una reflexión del libro; considera que nada hay en los españoles de
ahora de los españoles de antes. Creo que se equivoca; si una leyenda negra se
mantiene con tal fuerza es porque el riesgo se percibe aún. Sólo manteniéndola
se genera una indefensión social aprendida que se manifiesta en una vergüenza colectiva
a manifestarse como español, pero la vergüenza es a manifestarse, no a serlo.
Es un complejo a lo que te pueden decir, no a lo que se es, sensación que
reduce la confianza y que quizás termine cumpliendo esa conclusión. Pero por
ahora, sí, creo que queda mucho, aunque cada vez más letárgico….