Debo ser raro, o marciano, o,
quizás, un marciano raro, no lo sé, pero estoy preocupado. De improvisto, tras
las pasadas elecciones, me parece que los ciudadanos españoles han decidido en
vez de seguir viviendo en el siglo XXI, volver a experimentar el año 31 del
siglo pasado. Y si ya estaba inquieto por la proyección a futuro de mi País, el
último libro que he terminado no me ha tranquilizado precisamente; por si es de
su agrado leerlo, se titula La Ocasión Perdida, de César Vidal, y les traigo un
párrafo que dice “Mientras los mencheviques, los eseristas moderados, algunas
organizaciones campesinas, algunos sindicatos y algunos miembros del Consejo de
la República formaban un comité cuya finalidad era salvar al país y a la
revolución y oponerse al golpe de los bolcheviques, éstos se disponían a
iniciar la articulación de su dictadura”; por si no lo han intuido, la obra
trata de las revoluciones rusas, y cómo fue posible que un país que, tras la
caída del Zar, iba camino de convertirse en el sistema más moderno, democrático
y socializado, pudo terminar en una dictadura bolchevique sangrienta y
genocida.
Sinceramente
el panorama español es para irse de aquí y esperar unos lustros para planear la
vuelta. No, no les voy a hablar de un partido popular enrocado en el poder y
dispuesto a que vuelva un frente popular antes que perder el poder. Aunque de
eso les escribiré en el siguiente artículo, ya saben, antes Podemos que perder
un mes de cargo. O de un Psoe que sigue dispuesto a seguir anclado en el pasado
zapateril y prefiere gobernar seis meses y luego ser deglutido por Podemos.
Ambición, mantenimiento de sillones, falta de visión de Estado, y todo bien
aderezado con la corrupción, que estos mejunjes están tan sazonados que no hay
quien se los trague.
Muchos
se preguntan cómo ha sido posible que se llegara a esta situación. ¡Qué quieren
que les diga! Algunos ya nos barruntábamos esta situación y sabíamos que esto
no terminaría bien. Hace ya doce años algunos conciudadanos nos movimos de
nuestras posiciones ideológicas y nos unimos en un proyecto que considero que
todos sabíamos temporal pero necesario; no fue el único, pero sí el que yo
conocí. Y ahora, cuando pienso en aquel patache, pienso con morriña en aquella
época. No me malinterpreten, no hablo de cúpulas, no hablo de estructuras,
hablo de un conjunto de idealistas que se juntaron intentando regenerar un
sistema político que atufaba a atarjeas. Hace años que salté por la borda, como
otros tantos, unos por resituarnos en posiciones ideológicas más afines, otros
decepcionados con una dirección miope, otros simplemente cansados, y aún quedan
que siguen aferrados a la culebrina dispuestos a fajarse con quien se tercie,
que en esta piel de toro siempre habrá resistentes numantinos. Y de aquella
época, eliminando a los rastreros, mendaces y viles que tanto proliferan en
nuestra España, sí que conservo los encuentros con personas de derecha e
izquierda, unidos por unos puntos comunes, pocos (identidad de la Nación
Española, regeneración política, reconducción del estado autonómico,
conservación del Estado social), pero tan necesarios antes como ahora; una época
de apoyo a víctimas del terrorismo, de defensa de la Constitución. En el
balance vital, en esa mochila de experiencias que todos llevamos a la espalda,
fue una vivencia agridulce. Buena por lo que les acabo de relatar y porque
muchos de los que allí coincidimos nos reafirmamos en unos principios básicos y
mejoramos la tolerancia y el respeto a otras ideas; agria no por situaciones
internas que no vienen a cuento, sino por una sensación de soledad e
incomprensión. Quizá no era la hora, o quizás se abrió el camino, no lo sé, pero
hace un porrón de años un puñado de ciudadanos se lanzaban a las calles con
unas gorras un tanto ridículas, todo hay que decirlo, para intentar convencer a
los conciudadanos que esa situación no iba a terminar bien, que la deriva era
peligrosa, que todo se podía ir al garete.
Pero
entonces, como ahora, los diletantes, los acomodaticios, los cobardes, los
pusilánimes, miraban extrañados mientras se iban a sus quehaceres, fueran la
familia, el gimnasio, comprarse un bolso o tomarse unas copas. ¿Y nunca se
preguntaron que los que allí estábamos también teníamos vida y que sacrificabamos
una parte importante de su tiempo para intentar cambiar las cosas? De verdad, ¿eran
tan imprudentes, tan irresponsables o tan vagos? No les digo que fuera la única
opción, ni siquiera la mejor, pero mientras miraban a esos pringados no
pensaban que ellos también tenían que hacer algo. No, para qué… Aquí no se
asume que los derechos, que el modo de vida, no viene porque descendamos de la
pata del caballo del Cid, que hasta nuestros ancestros por mucho Santiago que
se apareciera en Clavijos, se pusieron la armadura para vencer a los invasores.
Y miren, no se trata de sacar la gola, la escarcela y la toledana, sino de
defender lo que teníamos, lo que tenemos, lo que vamos a perder. La incomprensión
llegó a tal extremo que dije una vez a un padre que me aconsejaba que no
perdiera el tiempo, que la obligación de los padres es luchar por el futuro de
sus descendientes, y no malcriarles en el presente, y que si estaba ahí era
para evitar que nuestros hijos tuvieran que ser albañiles en Polonia,
asistentas en Rumanía o meretrices en Ucrania, y que me perdonen los polacos,
los rumanos o los ucranianos, pero a veces viene bien traer a colación los tópicos
injustos y manidos para bajar a la realidad a los ilusos.
Los
años pasaron, algunos, pocos, fueron organizando alternativas a la situación
actual, pero los compatriotas siguieron en Babia, en su mundo ilusorio, en su egoísmo.
¿Y ahora? Pues ahora se sorprenden, flipan, alucinan, porque el pasado ha
vuelto, y no son capaces de asumir su error, su indiferencia, su
irresponsabilidad.
Pues
ya les tienen aquí; a la generación peor formada y educada de los últimos cien
años, a niñatos malcriados que asaltan capillas, pegan a policías o insultan a
las víctimas del terrorismo y luego, después de los años, sollozan diciendo que
no sabían lo que hacían cuando se enfrentan a la realidad de sus actos. A los
intolerantes que quieren traernos la miseria en la que viven nuestros primos de
Cuba o Venezuela. Personas que no conocen nuestra historia ni lo pretenden,
intolerantes que vienen a destrozar nuestra cultura, nuestras raíces, nuestra
forma de ser, personajes que regresan al pasado ante su incompetencia para dar
respuestas de futuro. Individuos para los que la educación es un desperdicio
burgués, que se amparan en unos ciudadanos desilusionados, con razón, y que
acuden a las urnas más con las gónadas que con la cabeza, y que ante su
inactividad de años pasados, pretenden vengarse de los corruptos que campan a
sus anchas en estos páramos, sin pensar que si cabalgan libres fue con su pasividad
y consentimiento. Pues sí, ya están aquí, y ahora, ¿qué van a hacer?
Pues
miren, hagan ustedes algo ahora, implíquense, exijan a sus partidos esa
regeneración, dejen de vivir de espaldas a la política, cambien a formaciones
que miren al futuro y no al pasado. O eso o sigan llorando como niños mientras
perdemos todos. Ahora les toca.
P.d. En la fotografía he tapado a
algunos de los participantes sólo porque no les he pedido permiso para poner
esta foto; una mera cuestión de respeto. Es de una manifestación en apoyo de
las víctimas del terrorismo… Pero, que pocos éramos ¡pardiez!