PALOMITAS
Retomo este blog.
¿Por qué? Confieso que no lo sé. No hay explicación que justifique un hecho del
que no se espera nada. Como vivimos en una sociedad en la que cada acción
espera un resultado, volver a escribir es absurdo. En esta sociedad sin
valores, sociedad del cansancio del alma, cualquier reflexión espera un “like”,
un aplauso, una afirmación o un rechazo. Sinceramente, me importa tres equis.
Ya saben los veteranos, bombín es a bombón, como cojín es a equis. Pues eso.
Leyendo a Byung-Chul Han, “La sociedad del cansancio” (por favor, léanlo que no tiene nada que ver con estas pobres reflexiones que el cansancio vital trae), un párrafo me trajo a la realidad presente, y, que conste en autos, que, si no lo digo, no me lo perdonaré jamás. Señorías (porque aquí todos nos creemos jueces de algo), discúlpenme. Dejen su toga, sus puñetas, su prepotencia y lean conmigo: “En plena crisis financiera sucedió algo en Grecia que parece un signo del futuro. En una casa en ruinas unos niños encontraron un gran fajo de billetes. Le dieron otro uso. Jugaron con los billetes y los rompieron. Posiblemente, esos niños están anticipando nuestro futuro: el mundo está en ruinas”.
Tanto correr y soñar en ser anglos. Tanto complejo de mediocre, tanto lumpen empresario de tres al cuarto vendiendo empresas rentables para recibir estampitas, tanto economista de escuela protestante vendiendo lo malo que fue la economía hispana con bancarrotas de las finanzas públicas, omitiendo que las finanzas de aquel Rey (con mayúsculas, como se merecen los Austrias) se basaban en una moneda real, basada en algo cierto y no en ficciones. Que el timo de la estampita a nivel global, pese a tanto pícaro que vaga en esta tierra, es más propio de otros que de aquellos hispanos, y que, para vender humo revestido de billetes verdes, como un anglo, nadie. ¿Le extraña? Piense… De pequeño, sus billetes decían “El Banco de España pagará…”, sí, le pagaban en oro. Ahora no le paga nadie, porque nada soporta lo que usted maneja con tanta alegría o sufrimiento. Sí, le han timado, a usted y a mí. Así son las cosas, asúmalo, porque para levantarse hay que saber que estamos tirados y boqueando en el lodo…
Y en este humo, que huele a incienso de difunto, llega papito Trump. No lo digo yo, lo dice uno de sus dirigentes, de los de usted, no de los de él (por si no le había quedado claro), que llamarle “papi” lo dijo un europeo sin despeinarse y sin avergonzarse. Joder, manda huevos (con perdón); en la tierra de Trajano, de Héctor, de Aquiles, de Carlomagno, de Pelayo, de El Cid, de Blas de Lezo (ponga usted a quien desee), ¿se imagina usted llamar “papi” a alguien por muy poderoso que fuera? A Dios se le llama padre, al progenitor también, pero ¿al resto? Recuerde que la dignidad es del alma, y el alma sólo es de Dios.
Pues bien… el flamante presidente recibe un imperio depredador en agónico estertor; las grandes corporaciones, que tienen más poder que él, están deshaciendo el imperio. Los anglos sólo generan imperios depredadores, según la definición de Gustavo Bueno, a saber, dialéctica imperio generador, imperio depredador. Para ser imperios generadores hay que aportar valores, principios, generar estructuras integradoras, replicarse aportando algo superior. Para un rato, para adormecer voluntades, sirven las plataformas de medios (ponga una serie, vea una película, lea un periódico…), y en eso los anglos son imbatibles; pero eso tiene un corto recorrido. Así que el “César” que nos gobierna (¡Ah! ¿No lo sabe? Usted es un servus) sabe que el imperio se derrumba y que la depredación ya llegó a sus propios ciudadanos. Su poder se fundamenta en un billete que no se respalda en nada más que en la confianza en ellos mismos… Y, debo decírselo, yo confío en Dios, en las personas que quiero… usted… ¿En quién confía? Quizás en nadie, total, una sociedad sin valores sólo confía en papelines, en estampitas, que todo se trata de tragarse mensajes o lemas, sobre todo si están soportados por un tubo de neón o de leds, que tanto da.
De pequeño usaba “mortadelos” Unos billetes que venían en un tebeo… Pues entérese. Los “mortadelos” tenían el mismo respaldo que los billetes que usted usa. La confianza, aunque lamento decírselo, me parece más fiable tenerla en Ofelia, el Super, Mortadelo y Filemón, que en estos iluminados que nos dirigen y nos llevan al desastre.
Pues nuestro imperator sabe que el chiringuito se derrumba bajo una montaña de deuda impagable. Y en su estertor decide exprimir hasta la última gota de sus protectorados para intentar salvar la metrópoli. El imperio regüelda, y sólo queda miseria con un deje de azufre. El imperio depredador cree que, exprimiendo a las colonias, saqueándolas, llevando a la pobreza a los servus, podrá sobrevivir. Pero la realidad no funciona así. La escoria humana, según nos ven, no podrá comprar, ni consumir, ni adquirir los productos de la metrópoli. Y esto no es nuevo; ya en el siglo VI antes de Cristo un pirado llamado Solón decretó que los campesinos esclavizados por deudas con la oligarquía eran libres, porque el sistema, perfecto en un principio para los poderosos, quebraba sin remedio.
Pero hoy en día, en el que la vida se mueve a impulso de byte, olvídese, no hay tiempo para reconducir la quiebra; por mucho que quiera, la implosión ya es imparable. Aprenda ruso, chino... Hay sociedades con valores, aunque sean extraños. El vacío de valores, odioso a la naturaleza, siempre se llena, aunque sean con otros cercanos o ajenos… La naturaleza, la existencia, repudia la nada. Y en la nada vivimos. Usted cree que su mundo es inmutable pero, siento decírselo, ninguna generación ha vivido la misma realidad en la que nació. El imperio que usted creía inamovible ha muerto fagocitado en su misma ruindad. Usted, que renunció a sus valores, muere con ellos.
Así que compren palomitas; el pasado ya está aquí señalando el presente, como la falange de la mano de un espectro que le señala acusador, la mano de todos nuestros antepasados que nos recriminan desde sus tumbas, por su esfuerzo, por su lucha, por la vida que se dejaron a jirones, definiéndonos por nuestra estupidez y locura. Así, quiera o no, se sienta cómodo con sus billetes fake o no los tenga y viva agobiado, ha de saber que vive un momento histórico, el fin de un sistema, la caída estrepitosa del imperio en el que nació. Así que, o disfrute y mire, o intente sobrevivir mientas el magma diabólico nos pasa por encima y nos lleva a los infiernos. O despertamos e intentamos defender nuestros valores y reconstruir lo que abandonamos, o todos fenecemos. Recuerde… Dios perdona siempre, el hombre a veces, el mal, jamás.
Ave atque vale