martes, 5 de enero de 2016

COBARDES Y MISERABLES

Es noche de Reyes y la verdad no me gusta hablar de malquistos. Es una noche mágica en la que los que aún conservamos vivo al niño que fuimos, nos gusta cerrar los ojos, oír los pasos sigilosos, los brindis callados, oler la magia de los sueños, cerrar los ojos y sentir a los pajes, y quizás recordar aquella noche de hace ya muchos años en que nos deslizamos furtivos y al abrir la puerta del salón, en la que atisbábamos sombras, nos encontramos una habitación vacía con un extraño resplandor.

            Quizás para otros, que ya han callado a ese niño que fueron, disfruten de la noche en la mirada de algún niño, sea suyo o no, y vuelvan a intuir la magia de los Reyes.

            Es una fiesta especial, una celebración de la ilusión, un homenaje a tres Magos que hace dos milenios atravesaron miles de leguas siguiendo a una estrella. De aquel hecho nace una noche de ilusión para los niños, de magia para los adultos, y ni siquiera los ataques furibundos del consumismo más descarnado en forma de multinacionales que disfrazan a otro personaje entrañable en otros lares con la divisa de una marca de cola, o el enganche de grandes almacenes, o los anuncios de colonias que prometen que vuelve el hombre o la mujer (como si el resto del año estuvieran por uvas) han conseguido desbaratarlo.

            Pero este año, la magia está en peligro. Después de once años de franquismo y de cuarenta de democracia, con gobiernos de centro, de izquierda y de derecha, es la primera vez que recuerdo de mi vida en que la magia se empaña con el sabor agrio del asco ante tanto estafermo y botarate. Y me viene a mi cabeza un párrafo del Capitán Alastrite, de Arturo Perez Reverte, puesto en boca de Quevedo que dice así “Contra la estupidez, la maldad, la superstición, la envidia y la ignorancia -dijo lentamente y al hacerlo parecía mirar su reflejo en la superficie del vino- Que es como decir contra España y contra todo”; y aunque las circunstancias de la novela son otras, tengo que reconocer que no me queda más que batirme ante esta pandilla de cobardes y miserables que han desembarcado en instituciones españolas que pagamos con nuestros impuestos.

            Sí cobardes, pusilánimes, sin valor ni espíritu para afrontar situaciones peligrosas o arriesgada. Porque ustedes estarán conmigo en que si alguien no cree en la celebración de esta noche puede hacer dos cosas honestas, o respetar la ilusión, la creencia, la magia, el brillo de la mirada de los niños y la complicidad de los demás, postura honesta en una sociedad democrática o tener las agallas y el coraje de no hacer celebración alguna, de impedir en esos ayuntamientos que gobiernan cualquier cabalgata, cualquier imagen que traiga a los niños un poco de ilusión. Pero estos materialistas de mierda, peores que cualquier yupie envarado en sus gráficas de ventas, destrozan las creencias ajenas, pisotean el sueño y la ilusión, machacan la magia, la convierten en bazofia al paso de brujas repulsivas en vez de Magos. Esta es una sociedad libre en la que se respetan diferentes formas de ver la vida, se toleran actitudes por mucho que no se compartan, siempre que las mismas estén acordes con nuestros principios constitucionales. ¿Quién coño se creen ustedes para destrozar mi ilusión y la de mis hijos? ¿Pero de dónde narices se han sacado la estúpida idea de que lo suyo es una verdad absoluta? ¿Qué clase de mindunguis son ustedes?

            Y miserables, ruines o canallas, personas despreciables y de malos procederes, que destrozan la ilusión de los niños, que los utilizan para adoctrinarlos en sus complejos, en sus mezquindades, en su mundo vacuo. Son gentuza que utilizan a los niños, que generan tarados para el futuro, y sólo para demostrar a sus padres que un mundo mísero, material y mendaz acaba de llegar.

            Ustedes no vienen a regenerar, vienen a demoler, no vienen a limpiar, vienen a entronizar sus mentes acomplejadas y miserables, vienen a que el resto de los ciudadanos comulguemos con sus ruedas de molino, con su doctrina, con su sectarismo y su intolerancia.


            Así que no queda sino batirse… Y les recomiendo, donde haya un esperpento de cabalgata, no vayan, acudan a otras, que con independencia del color político de quien gobierne, seguro que hay gente de bien que aún sabe lo que es el respeto, que sabe que con la ilusión de los niños no se juega, y que aunque no crea en la noche mágica, seguro que esbozará una sonrisa al ver la sonrisa de un niño.